jueves, 19 de noviembre de 2015

A Javier Krahe (De parábolas, ingenio y ovaciones)



Permítame, Don Javier, la osadía de dedicarle estas líneas a modo de tímida elegía. Le ruego, por anticipado, que tenga a bien disculpar mi torpeza de escritor aficionado, carente, por supuesto, de esa destreza con la que usted siempre ha logrado despistar nuestra tristeza. Han transcurrido varios meses desde su deceso, y han sido unas cuantas las veces en las que nos ha dolido la conciencia de padecer tamaño peso. No necesito justificar mi atrevimiento en virtud de algún premeditado sentimiento, ni declarar a mi favor que simplemente echo a faltar ese calor que solía aportarme su voz, cargada de poesía y argumentos, que me siguen sirviendo para afrontar la vida sin resentimientos. Dudo que sea cierto eso de que quién calla otorga su consentimiento, pero puedo asegurarle que no miento cuando le digo que escribo sin arrepentimiento. Yo como usted he sido de Penélope el marido, si bien jamás me aleje de esa joya para pelear en ninguna guerra de Troya, conociendo por anticipado el nefasto resultado, ya que bastantes azares nos reporta este guion malogrado en el que tratamos de actuar siendo a la vez el que pincha y el que corta. Fue del todo inesperado despertar una mañana de verano con la cruel noticia de que nos había usted dejado. Ahora que se ha excluido del padrón nos quedará, don Javier, algo más que el recuerdo de un pícaro burlón, y quizás, haciendo de tripas corazón, volvamos a ser capaces de tararear sus versos sin hacer de ello un drama sin razón, sin caer en los excesos. Recordaré con cariño aquellas noches entre risas y copas en las que hacía usted derroche de ingenio desde la palestra, repartiendo estopa por convenio a diestra y siniestra. No dejaba usted entonces títere con cabeza, y me atrevo a aventurar, con total certeza, que allá donde se encuentre seguirá sin mostrar por los curas su ternura, y dejando que le tienten parábolas, faldas y arrebatos de locura. Si le digo la verdad, ahora que escribo sin prisa, me resulta imposible reprimir una sonrisa cada vez que decido poner sus reflexiones sobre la repisa. Tal vez ese sea su más valioso legado. El habernos regalado pequeñas dosis de felicidad improvisada cuando, en un momento dado, surgía su genialidad desde la nada para recordarnos que la verdad no es necesariamente sagrada, para ser capaz de sazonar, con alguna carcajada, la insipidez de esta existencia a menudo tan planificada. Me quito, maestro, el sombrero, para afirmar, sin contemplaciones, que merece usted nuestras ovaciones, sin reservas y sin peros. Tenga por supuesto que no habré de dirigirle mis oraciones aunque no existirá quién ose decir que su actitud, que sus dones, no eran más que simple pose. No tendré jamás la osadía de encumbrarle hasta un Olimpo del que sin duda usted renegaría, ya que ni Zeus ni Atenea merecerían el honor de su compañía. No será admirado por ser uno de esos sementales de revista, ni un despiadado economista, ni del esférico malabarista. Más bien un ser humano, un alma modesta con vocación de artista. Me despido confesando que, si bien me resulta estresante escribir empleando tanta rima consonante, pensé que esta excepción era para su adiós algo importante. Daré también las gracias, si puedo, por constatar que usted, que buscaba la gloria de Cervantes, tuviera a bien optar por acabar en la glorieta de Quevedo. Hasta siempre viejo amigo. Le deseo salud y suerte allá donde se encuentre. Para mí fue un ejemplo de virtud que seguirá presente pese al feo asunto de su muerte.  

sábado, 31 de enero de 2015

Hasta siempre Wilfred (De ascensos, pizzas y domingos)


El pasado 27 de enero nos dejó nuestro querido Willy, colgando las botas definitivamente a causa de un cáncer. Wilfred Agbonavbare fue portero del Rayo Vallecano allá por la primera mitad de los noventa. Internacional absoluto con Nigeria, sigue siendo el guardameta que ha defendido en mas ocasiones nuestra portería en primera división hasta la fecha. Recuerdo con cariño aquellos domingos de fútbol en los que solíamos acudir al estadio sin pagar entrada. Fue en aquellos años, a fuerza de sufrir y celebrar, cuando se forjó esta afición por mi Rayito, esa identificación con la franja roja, que representa tan a la perfección parte de lo que podríamos llamar esencia de mi barrio. En Vallekas nunca hubo capital para invertir en traspasos multimillonarios. Jamás tuvimos a Casillas, ni a Messi ni a Romario. Nunca celebramos un título de liga ni fuimos finalistas de la Champions. Pero era digno vivir aquellas fiestas que se montaban al celebrar algún ascenso o permanencia, aquellas invasiones masivas del terreno de juego tras el pitido final, en las que la multitud llevaba a hombros a Supermán, y algún “bribón” aprovechaba para robarle la cartera. Por aquellos tiempos Wilfred era indiscutible bajo palos. Nunca fue nuestro fichaje estrella ni copó las portadas de la prensa deportiva. Pasó unos cuantos años haciendo el trabajo sucio. Siempre en la última línea de retaguardia. Destacó por sus reflejos, que parecían incompatibles con su elevada estatura. Como todo gran portero, era capaz de lo mejor y de lo peor. Capaz de volar en una estirada imposible para sacar un balón que se colaba por la escuadra, y capaz también de protagonizar alguna de esas cantadas monumentales que nos hacían llevarnos las manos a la cabeza. Siempre fue muy querido por la afición del barrio. Era un tipo de fácil sonrisa y currante como nadie. También en el fútbol siempre hubo clases. Y Wilfred era de los que nunca terminaba un partido sin tener la camiseta llena de barro y sudor. Por aquella época se hicieron comunes en el barrio los futbolines en los que el portero del equipo local estaba pintado de negro. Que tiempos aquellos… Algunos de mis mejores amigos, mi primo y yo no éramos mas que gamberretes de barrio. Pequeños aprendices de cabrones siempre dispuestos a aprovechar la ocasión de hacer la gracia. Muchas veces desde entonces nos hemos reído recordando aquella broma que vuelvo ahora a compartir en estas páginas. Era aquella la época dorada de la comida rápida a domicilio. ¿Y quien no ha hecho alguna vez la gracia de encargarle una pizza a un colega? Solo que nosotros, una vez hechas las averiguaciones oportunas, se las encargábamos a Wilfred. Y teníamos la costumbre de hacerlo en cantidades ingentes. Nunca supimos si prefería la de barbacoa o la hawaiana. Y cuando alguna vez se lo preguntamos a gritos desde la grada, camuflados entre la multitud, nos partíamos de risa al ver como levantaba los brazos y nos buscaba con cara de pocos amigos… Muchas veces desde entonces hemos pensado en el casi como un amigo. Y eso que para el la vida no fue fácil. Su historia recuerda mas a la de algunos boxeadores que a la de otras leyendas del esférico. En la temporada 92-93 llegó a sonar como posible fichaje del Real Madrid, como alternativa para el mismisimo Paco Buyo. Aquella temporada los merengues se dejaron los cuernos en Vallekas, donde perdieron por dos goles a cero. En el partido de vuelta, a solo seis jornadas para el final del campeonato, se despidieron definitivamente del título de Liga al no poder pasar del empate. Esa tarde Wilfred le paró un penalty a Michel, que era el especialista blanco desde los once metros, y se llevó una merecida ovación del Bernabéu. Al final se quedó en el Rayo. Y con el paso del tiempo perdió la titularidad ante otros porteros más jóvenes. Se marchó en 1996, para retirarse definitivamente del fútbol un año mas tarde. Se arruinó al gastar todo lo que había ganado durante esos años en tratar de salvar a su mujer, que al final falleció por un cáncer de mama. Se ganaba la vida como entrenador de porteros del Coslada, un equipo de la regional madrileña, y trabajando por las noches en el aeropuerto de Barajas embalando paquetes para una empresa de mensajería. Y lo hacía para poder enviar algo de dinero a sus hijos. Tenía la ilusión de montar una escuela de fútbol en Nigeria. Pero al final no hubo tiempo para la prórroga. Y en el fútbol ya se sabe que la tanda de penaltys no es mas que una lotería. Se nos fue sin hacer ruido un gran deportista y una gran persona. Muchos en Vallekas le recordaremos como el ejemplo perfecto para demostrar que en este deporte también hay clase obrera. Seguro que si existe un Olimpo del balompié estará allí, parándole un libre directo a Don Alfredo di Stéfano. Lleno de barro hasta las rodillas. Pero sin perder la sonrisa. Hasta siempre viejo amigo. Te echaremos de menos.