jueves, 19 de noviembre de 2015

A Javier Krahe (De parábolas, ingenio y ovaciones)



Permítame, Don Javier, la osadía de dedicarle estas líneas a modo de tímida elegía. Le ruego, por anticipado, que tenga a bien disculpar mi torpeza de escritor aficionado, carente, por supuesto, de esa destreza con la que usted siempre ha logrado despistar nuestra tristeza. Han transcurrido varios meses desde su deceso, y han sido unas cuantas las veces en las que nos ha dolido la conciencia de padecer tamaño peso. No necesito justificar mi atrevimiento en virtud de algún premeditado sentimiento, ni declarar a mi favor que simplemente echo a faltar ese calor que solía aportarme su voz, cargada de poesía y argumentos, que me siguen sirviendo para afrontar la vida sin resentimientos. Dudo que sea cierto eso de que quién calla otorga su consentimiento, pero puedo asegurarle que no miento cuando le digo que escribo sin arrepentimiento. Yo como usted he sido de Penélope el marido, si bien jamás me aleje de esa joya para pelear en ninguna guerra de Troya, conociendo por anticipado el nefasto resultado, ya que bastantes azares nos reporta este guion malogrado en el que tratamos de actuar siendo a la vez el que pincha y el que corta. Fue del todo inesperado despertar una mañana de verano con la cruel noticia de que nos había usted dejado. Ahora que se ha excluido del padrón nos quedará, don Javier, algo más que el recuerdo de un pícaro burlón, y quizás, haciendo de tripas corazón, volvamos a ser capaces de tararear sus versos sin hacer de ello un drama sin razón, sin caer en los excesos. Recordaré con cariño aquellas noches entre risas y copas en las que hacía usted derroche de ingenio desde la palestra, repartiendo estopa por convenio a diestra y siniestra. No dejaba usted entonces títere con cabeza, y me atrevo a aventurar, con total certeza, que allá donde se encuentre seguirá sin mostrar por los curas su ternura, y dejando que le tienten parábolas, faldas y arrebatos de locura. Si le digo la verdad, ahora que escribo sin prisa, me resulta imposible reprimir una sonrisa cada vez que decido poner sus reflexiones sobre la repisa. Tal vez ese sea su más valioso legado. El habernos regalado pequeñas dosis de felicidad improvisada cuando, en un momento dado, surgía su genialidad desde la nada para recordarnos que la verdad no es necesariamente sagrada, para ser capaz de sazonar, con alguna carcajada, la insipidez de esta existencia a menudo tan planificada. Me quito, maestro, el sombrero, para afirmar, sin contemplaciones, que merece usted nuestras ovaciones, sin reservas y sin peros. Tenga por supuesto que no habré de dirigirle mis oraciones aunque no existirá quién ose decir que su actitud, que sus dones, no eran más que simple pose. No tendré jamás la osadía de encumbrarle hasta un Olimpo del que sin duda usted renegaría, ya que ni Zeus ni Atenea merecerían el honor de su compañía. No será admirado por ser uno de esos sementales de revista, ni un despiadado economista, ni del esférico malabarista. Más bien un ser humano, un alma modesta con vocación de artista. Me despido confesando que, si bien me resulta estresante escribir empleando tanta rima consonante, pensé que esta excepción era para su adiós algo importante. Daré también las gracias, si puedo, por constatar que usted, que buscaba la gloria de Cervantes, tuviera a bien optar por acabar en la glorieta de Quevedo. Hasta siempre viejo amigo. Le deseo salud y suerte allá donde se encuentre. Para mí fue un ejemplo de virtud que seguirá presente pese al feo asunto de su muerte.  

sábado, 31 de enero de 2015

Hasta siempre Wilfred (De ascensos, pizzas y domingos)


El pasado 27 de enero nos dejó nuestro querido Willy, colgando las botas definitivamente a causa de un cáncer. Wilfred Agbonavbare fue portero del Rayo Vallecano allá por la primera mitad de los noventa. Internacional absoluto con Nigeria, sigue siendo el guardameta que ha defendido en mas ocasiones nuestra portería en primera división hasta la fecha. Recuerdo con cariño aquellos domingos de fútbol en los que solíamos acudir al estadio sin pagar entrada. Fue en aquellos años, a fuerza de sufrir y celebrar, cuando se forjó esta afición por mi Rayito, esa identificación con la franja roja, que representa tan a la perfección parte de lo que podríamos llamar esencia de mi barrio. En Vallekas nunca hubo capital para invertir en traspasos multimillonarios. Jamás tuvimos a Casillas, ni a Messi ni a Romario. Nunca celebramos un título de liga ni fuimos finalistas de la Champions. Pero era digno vivir aquellas fiestas que se montaban al celebrar algún ascenso o permanencia, aquellas invasiones masivas del terreno de juego tras el pitido final, en las que la multitud llevaba a hombros a Supermán, y algún “bribón” aprovechaba para robarle la cartera. Por aquellos tiempos Wilfred era indiscutible bajo palos. Nunca fue nuestro fichaje estrella ni copó las portadas de la prensa deportiva. Pasó unos cuantos años haciendo el trabajo sucio. Siempre en la última línea de retaguardia. Destacó por sus reflejos, que parecían incompatibles con su elevada estatura. Como todo gran portero, era capaz de lo mejor y de lo peor. Capaz de volar en una estirada imposible para sacar un balón que se colaba por la escuadra, y capaz también de protagonizar alguna de esas cantadas monumentales que nos hacían llevarnos las manos a la cabeza. Siempre fue muy querido por la afición del barrio. Era un tipo de fácil sonrisa y currante como nadie. También en el fútbol siempre hubo clases. Y Wilfred era de los que nunca terminaba un partido sin tener la camiseta llena de barro y sudor. Por aquella época se hicieron comunes en el barrio los futbolines en los que el portero del equipo local estaba pintado de negro. Que tiempos aquellos… Algunos de mis mejores amigos, mi primo y yo no éramos mas que gamberretes de barrio. Pequeños aprendices de cabrones siempre dispuestos a aprovechar la ocasión de hacer la gracia. Muchas veces desde entonces nos hemos reído recordando aquella broma que vuelvo ahora a compartir en estas páginas. Era aquella la época dorada de la comida rápida a domicilio. ¿Y quien no ha hecho alguna vez la gracia de encargarle una pizza a un colega? Solo que nosotros, una vez hechas las averiguaciones oportunas, se las encargábamos a Wilfred. Y teníamos la costumbre de hacerlo en cantidades ingentes. Nunca supimos si prefería la de barbacoa o la hawaiana. Y cuando alguna vez se lo preguntamos a gritos desde la grada, camuflados entre la multitud, nos partíamos de risa al ver como levantaba los brazos y nos buscaba con cara de pocos amigos… Muchas veces desde entonces hemos pensado en el casi como un amigo. Y eso que para el la vida no fue fácil. Su historia recuerda mas a la de algunos boxeadores que a la de otras leyendas del esférico. En la temporada 92-93 llegó a sonar como posible fichaje del Real Madrid, como alternativa para el mismisimo Paco Buyo. Aquella temporada los merengues se dejaron los cuernos en Vallekas, donde perdieron por dos goles a cero. En el partido de vuelta, a solo seis jornadas para el final del campeonato, se despidieron definitivamente del título de Liga al no poder pasar del empate. Esa tarde Wilfred le paró un penalty a Michel, que era el especialista blanco desde los once metros, y se llevó una merecida ovación del Bernabéu. Al final se quedó en el Rayo. Y con el paso del tiempo perdió la titularidad ante otros porteros más jóvenes. Se marchó en 1996, para retirarse definitivamente del fútbol un año mas tarde. Se arruinó al gastar todo lo que había ganado durante esos años en tratar de salvar a su mujer, que al final falleció por un cáncer de mama. Se ganaba la vida como entrenador de porteros del Coslada, un equipo de la regional madrileña, y trabajando por las noches en el aeropuerto de Barajas embalando paquetes para una empresa de mensajería. Y lo hacía para poder enviar algo de dinero a sus hijos. Tenía la ilusión de montar una escuela de fútbol en Nigeria. Pero al final no hubo tiempo para la prórroga. Y en el fútbol ya se sabe que la tanda de penaltys no es mas que una lotería. Se nos fue sin hacer ruido un gran deportista y una gran persona. Muchos en Vallekas le recordaremos como el ejemplo perfecto para demostrar que en este deporte también hay clase obrera. Seguro que si existe un Olimpo del balompié estará allí, parándole un libre directo a Don Alfredo di Stéfano. Lleno de barro hasta las rodillas. Pero sin perder la sonrisa. Hasta siempre viejo amigo. Te echaremos de menos.   

lunes, 24 de noviembre de 2014

Lisboa II (De fados, nostalgias y cocoteros)


Volver a pasear por las calles de Lisboa es hacer de la nostalgia una especie de vocación, es pintar la tristeza de frágiles y vivos colores. Y no sólo por la melancolía de los fados que suenan tras cada esquina, o por esos azulejos que parecen escamas de una piel envejecida, triste y caduca. Esta ciudad tiene el otoño metido en las venas, pese a que el calendario tratara de convencernos de que estábamos en mes de mayo. Venir aquí implica, necesariamente, pensar un poco en las colonias, en aquellos tiempos gloriosos en los que, si el día a día te agobiaba, siempre tenías la ocasión de disfrutar de Luanda, con sus casinos y sus cocoteros, comer pastelitos de hachís en Goa, o viajar a Mozambique para adquirir un mono que te hiciera feliz. Pero algún malnacido sacó a los negritos de las plantaciones, les leyó algunos textos de Lenin y provocó que dejaran de lado a la Virgen de Fátima por Carlos Marx. Aquello por supuesto acabó en desastre. Tristes aquellas almas en pena, extraviadas por la engañosa senda del marxismo-leninismo y la autodeterminación. Todo se fue al carajo. En un país en el que hasta los golpes de estado se dan a base de claveles no quedó sino la resignación, que se carga como una cruz, y ese fatídico abandono a los caprichos de un destino que a menudo es un cabrón con quién menos lo merece. Pero no todo son lágrimas. Apuramos las noches en la oscura taberna del Bairro Alto regentada por Dom Pedro, un payo que se agitanó después de lo de Angola. Después de aquella feliz mutación los parroquianos se arrancan por bulerías, mientras fuera los fados cantan contra las imposiciones de la Troika. En los rincones mas oscuros de la taberna de Dom Pedro, las fadistas, antiguas agentes de Moscú, susurran ahora maravillas sobre el doctor Oliveira Salazar. Sentados en una mesa llena de mapas, Bartolomé Días y Vasco da Gama recuerdan viejos tiempos buscando nuevas rutas hacia Calcuta. Se puede incluso asistir a una de las misas encantadoramente sacrílegas de Duarte, en las que deleita a los parroquianos con sus historias de cura borrachín y obliga a comulgar con un vino verde peleón. En la taberna de Dom Pedro el Benfica vuelve cada noche a ser campeón de Europa. Y las noches se alargan hasta el amanecer entre palmas y castañuelas. 

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Adeu Tatu


Al meu estimat Tatu Pedro
Que lentes passen les hores sense la teva presència ...

Mario Benedetti escribió que “cinco minutos bastan para soñar toda una vida. Así  de relativo  es el tiempo”. Siempre recordaremos al Tatu Pedro sentado en su pequeño taller, rodeado de manecillas, péndulos, tuercas y esferas. Relojero de oficio, acostumbrado a una labor tan minuciosa, supo ver mejor que nadie que el tiempo es a la vez el más valioso y el más perecedero de nuestros recursos.

Hoy nos duele darnos cuenta que se ha parado tu reloj. Que duras resultan estas horas lentas en los que al mirar a nuestro alrededor nos faltas de repente. Que breve esta despedida para tratar de contener  palabras capaces de expresar lo mucho que te hemos querido. Lo bueno del tiempo es que podemos revolverlo a nuestro antojo, como un viejo baúl, en busca de tantos momentos que no sabríamos por donde empezar. Seguro que ahora mismo tod@s los que le conocimos somos capaces de recordar alguna vivencia, alguna anécdota que nos haga sentir la calidez que trasmitía esa persona noble y buena que fue  mi tío. Tod@s recordaremos su carácter tranquilo, esa costumbre tan trabajada de quedarse callado mientras las palabras volaban a su alrededor. Recuerdo cuando la Tata Marisa le obligaba a ponerse a dieta. El no protestaba, pero luego se encontraban galletas escondidas en el bolsillo de su bata de relojero. Siempre  habrá quien dirá que mi tío era una de esas personas que callaban por no hacer ruido. Pero en realidad fue uno de esos pocos que saben que a menudo el silencio es sabiduría. Jamás le faltaron las palabras justas para dar consejo, para expresar lo necesario. Tras aquel carácter apacible se ocultaba una persona culta e inteligente como pocas. Humilde como nadie. Nunca tuvo tiempo de tener prisa. Jamás podré evitar sonreír al recordar su despiste  al volante, que hacía desesperar a mi padre cuando tocaba dejar anclado el coche en cualquier cruce de carretera y esperar que, algún día, apareciese. Tenia una habilidad única para perderse por aquellos misteriosos atajos que solo el conocía… ¿Quien dice  que no podía  llegarse de Barcelona a Madrid  rozando levemente la provincia de Almería? Citando a Cavafis, para mi tío lo que importaba no era llegar a Ítaca, lo importante era el viaje.

Algun@s de vosotr@s ya le conoceríais en aquellos tiempos en los que estuvo dispuesto a dejarse siete años de su vida entre rejas por mantenerse firme en sus convicciones. No tuvo tiempo ni siquiera para dudarlo un instante. Yo he visto algunas fotos de aquella época, en las que sale con pelo y con guitarra, probablemente dedicándole a mi tía Marisa aquellas “paraules de amor” que nunca les faltaron. Fueron capaces de inventarse un idioma que solo ellos conocían; y en el que nunca dejaron de entenderse ¿Qué puede hacer el tiempo para borrar una historia de amor como la vuestra?

De mi infancia recordaré con alegría aquellas tardes en las que el volvía en avión desde Suiza con un montón de tabletas de chocolate escondidas al fondo de la maleta. También recordaré aquellas ocasiones en el Retiro en las que me hacía reír a carcajadas cuando trataba de imitar el grito de un pavo real. Algo más recientes son algunas noches que pasamos en el hospital a la luz de un tímido flexo, hablando del pasado y del presente, de sus recuerdos de infancia en aquella Barcelona de la que aún quedan algunos rincones, de maravillas de la ciencia y de Janis Joplin. Seguro que  cada un@  de vosotr@s lo recordara por mil momentos emotivos, que es posible que hoy nos hagan llorar, pero que en el fondo nos harán sentirnos afortunad@s por cada minuto que hemos compartido. “Nacemos para vivir. Por eso el capital más importante que tenemos es el tiempo. Es tan corto nuestro paso por este planeta que sería una pésima idea no disfrutar de cada paso, de cada instante, con el favor de un corazón que puede amar mucho más de lo que suponemos”.  

ADEU TATU
Tots els que t'estimem no tindrem mai temps d'oblidar.


viernes, 14 de noviembre de 2014

Café en vaso con leche fría (De escritos, propósitos y estimulantes)


Es conocida la adicción al café de Honore de Balzac. Pensaba que la cafeína estimulaba la creatividad. En su Tratado de los estimulantes modernos escribió que el café hacía a las ideas "ponerse rápidamente en marcha, como los batallones de un gran ejército dirigiéndose a su terreno de combate legendario". Tenía la costumbre de levantarse de la cama a la una de la madrugada y pasarse la noche escribiendo y bebiendo café. Era capaz de pasar quince horas seguidas trabajando. Esa rutina le llevó a escribir ochenta y cinco novelas en veinte años. 

Pienso en ello mientras hago una excepción al meterme un café en vena a estas alturas de la tarde, acostumbrado como estoy a evitar ciertas dosis de cafeína cuando se aproxima peligrosamente la puesta de sol. No puedo evitar recordar aquellos tiempos en los que acostumbraba a triplicar, como mínimo, la dosis actual. Después de todo, no eran tan distintos aquellos paseos por Roma que siempre terminaban ante una taza de café en el Chiostro, en San Eustachio o en cualquier taberna de mala muerte del barrio de Trastevere. Que sabor el de aquel café, casi tan eterno como la propia ciudad. Alguien me contó que cuando, allá por el siglo XVII, algunos sacerdotes recomendaron al papa Clemente VIII que prohibiera el café por considerarlo una costumbre impura de los turcos, este, después de probarlo, decidió bautizar la nueva bebida, declarando que sería una lástima dejar ese placer como patrimonio exclusivo de los infieles. 

Para mi el café, además de un placer, es parte inherente de este ritual que supone escribir. Compañero de mesa infatigable, un vaso de café ha velado casi siempre mis textos, esos ratos perdidos entre páginas y renglones, océanos de tinta que daban lugar a palabras repartidas con mayor o menor fortuna, embriones de pensamientos a menudo imprecisos, pero con raíces fuertes. Poco a poco voy recuperando esta sana costumbre, nunca del todo abandonada, pero sin duda un tanto atrofiada por la falta de iniciativa, por los efectos de cierto vacío interno, de cierto anhelo. Un silencio mal fingido, o tal vez la simple necesidad de un barbecho mental, una especie de exilio interior, que me ha ayudado a valorar desde la distancia la necesidad de dictarme apuntes. No me faltan sueños, lecturas ni horizontes. Mi corazón no pasa hambre. No se agotó aún la tinta con la que, poco a poco, sigo pasando estas páginas. Tal vez se trate del mono por la cafeína, pero me inclino mas a pensar, simplemente, en la necesidad de remover mis pensamientos al mismo ritmo que la cucharilla en el interior del vaso. Y aquí estoy. Vuelvo a la primera línea de batalla, a la extraña calidez de esta trinchera. Habrá sin duda horizontes con los que alimentar este cuaderno de bitácora que tiene ganas de volver a navegar tras un largo período en el dique seco. Habrá ideas que exprimir, lecturas que me den aliento, bares en los que guarecerse de la tormenta, encuentros y desencuentros, recuerdos, expectativas, bálsamos y heridas. Y probablemente un vaso de café que llevarme a la boca. Me prometo a mi mismo volver a mirarme en este espejo. Tratar de no faltar a la cita. El otoño ha hecho su parte. Volvemos a levar anclas... 

viernes, 15 de noviembre de 2013

Sentido del olfato (De mierda, mierda y mierda)


Este otoño ha aterrizado de puntillas en Madrid. Cada mañana al despertar observo desde mi ventana cómo una luz limpia se va posando poco a poco sobre las fachadas. Contemplo, con esa dulce nostalgia tan propia de la estación, la amalgama de tonos verdes, ocres y anaranjados que exhiben las copas de los árboles en la acera, que me recuerdan a un lienzo impresionista. El tacto de las sábanas bajo mis manos al hacer la cama y el sabor del café me hacen sentir también la esencia del otoño. Decido regalarme una canción que acompañe con sus versos el sencillo e inusual ritual de vestirme sin prisas. Al abrir la ventana para ventilar mi habitación la magia se desvanece. El sentido del olfato me devuelve a la realidad con la misma sutileza que una patada en el estómago. 

Unos por otros y la casa sin barrer. Pasear por el centro de Madrid estos días ofrece la posibilidad de ver (y oler) las cosas como son. Una perfecta alegoría del contexto en el que sobrevivimos. Después volveré sobre esta idea. Efectivamente, hay algo que huele muy mal en todo esto. Tras casi dos semanas de huelga del personal de limpieza y el de parques y jardines de Madrid la mierda se acumula por todos lados, y nuestro sentido del olfato nos obliga a reflexionar. Las instituciones han optado por inhibirse durante una semana. Los responsables del Ayuntamiento de Madrid han preferido barrer para otro lado, y responsabilizar de la situación a un conflicto laboral “ajeno” entre los sindicatos y la patronal de las empresas adjudicatarias que gestionan estos servicios. Como si la reducción del presupuesto público destinado a la limpieza de calles y jardines no hubiera tenido nada que ver. Optar por un modelo de limpieza low cost para una ciudad con mas de tres millones de habitantes tiene sus inconvenientes. Algunos medios de comunicación, de acuerdo con la línea institucional, hablan de “huelga salvaje”, responsabilizan directamente a los trabajadores, y hacen referencia a piquetes que se dedican a ensuciar las calles, plazas y jardines, lo que ha obligado a que la policía tenga que escoltar a los operarios que integran los servicios mínimos, con el consecuente incremento del gasto para el erario público. La propuesta inicial de las empresas adjudicatarias conlleva el despido de 1134 trabajadores del servicio, con la eliminación de los servicios de fines de semana, y una reducción salarial de aproximadamente el 40% para aquellos que no se vean afectados por la reducción de plantilla. Por supuesto, la patronal del sector no hace sino barrer para casa, porque los beneficios son, y deben ser, intocables. Sea a costa de quién sea. Quiénes padecen las consecuencias tienen que ser, de acuerdo con estos planteamientos, los trabajadores del sector, que deben resignarse a las condiciones que les impongan. Y también los habitantes de Madrid, que llevamos padeciendo esta situación desde hace tiempo debido al progresivo deterioro de la ciudad, consecuencia entre otros motivos de las sucesivas reducciones de plantilla entre el personal de limpieza. Por supuesto, hay otras prioridades para quiénes se atribuyen la capacidad de decidir en que se emplean los fondos públicos. El Ayuntamiento de Madrid, finalmente, ha decidido dar un ultimátum, según el cual, de no llegarse a un acuerdo, echará mano de un holding público, inmerso también por cierto en un proceso de despido colectivo, para romper la huelga de limpieza. Hay incluso quién reclama que sean los militares quiénes se encarguen del “trabajo sucio”. Como podemos comprobar, algunos siguen empeñados en solucionar todos los problemas sacando los tanques a la calle.

Como escribía mas arriba, este escenario es una alegoría muy adecuada para entender el contexto actual. Dicen que el algodón no engaña. Y el sentido del olfato tampoco. Se acumula la mierda por todas partes, la basura nos impide caminar por las calles, las playas se llenan de chapapote, el humo tapa los amaneceres, y la ciudad huele a podrido. Es el inconfundible aroma del neoliberalismo. Por supuesto que este contexto es muy favorable para que algunas especies de parásitos y carroñeros, que se sienten como pez en el agua entre tanta porquería, campen a sus anchas en el ecosistema que les resulta mas adecuado. La gestión de residuos es algo que tenemos pendiente desde hace tiempo. Pero ¿existe cura para esta epidemia de resignación? Porque después de todo, que la mierda se acumule es responsabilidad de todos y de todas. Es la consecuencia de la sociedad de consumo en la que vivimos, el producto de sus valores, el fruto de nuestro abandono, la secuela de la única ley que rige este vertedero; la de la oferta y la demanda. En definitiva, el resultado de sumar mas y mas mierda es… pues eso. Igual a mierda. El producto interior bruto, la tasa de desempleo, la inflación, la crisis, la hipoteca, Bruselas y el Fondo Monetario Internacional, las armas químicas y las escuchas telefónicas, la Merkel y el Obama, la gaceta y la razón, el BBVA y el Santander, el Prestige, las preferentes, los expedientes de regulación, el euro por receta, el Eurovegas, el ministro Wert, el Tio Sam, la especulación, los valores bursátiles, los transgénicos y los fertilizantes, la privatización de la sanidad y la educación, los tribunales y la deuda pública, los rescates financieros, la industria farmacéutica, las pateras del Estrecho, guerras aquí y allá, ases del esférico y pelotas de goma, la porra y la tijera, revistas del corazón y tráfico de órganos, el Bárcenas y el Fabra, la infanta y el Urdangarín, el Messi y el Cristiano, los obispos y los talibanes, la SGAE y las JONS, el Rajoy y el Rubalcaba, la Botella y el Aznar, Hiroshima y Nagasaki, la Esperanza y la resignación… Sumo y sigo. Lo peor de todo es acostumbrarse a que la mierda nos rodee, penetre en nosotros y mantenga unida la galaxia. Y aceptarlo como el orden natural de las cosas. Cansados ya de ver mierda, de que todo huela a mierda, de escuchar mierda, de que la mierda nos salpique, de tener que tragar mas y mas mierda, de mirar al futuro y pintar nuestras perspectivas del denso e impenetrable color de la mierda… ¿No estamos ya hartos de tratar de “arreglar el mundo” y acabar siempre con la misma frase? Cuando pensamos que todo es en definitiva una puta mierda nos alivia desahogarnos con el simple hecho de llegar a esa conclusión. Es decir, de sacar fuera toda la mierda que llevamos dentro. Y al final será la mierda quién nos coma. No creo que la solución pase por rezar a Mr. Proper (ese que ahora llaman “Don Limpio”) Necesitamos curarnos en salud, respirar aire fresco, ventilar las neuronas, las expectativas, y redimir nuestro sentido del olfato. Y ya de paso nuestro sentido común. Quizás, después de todo, lleguemos a la conclusión definitiva. Que la mierda se va al tirar de la cadena.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Soliloquio del pincel (De lienzos, manos y memorias)


Desde la última vez que había pisado tierra supe que ya nada volvería a ser igual. No era un secreto que, con toda probabilidad, el viejo ya no volvería a hacerse a la mar. Había decidido quedarse en aquella pequeña isla, tras toda una vida a la deriva. No me sorprendió que, a los pocos días, volviera a recurrir a mi con ilusión renovada. Aquello era frecuente durante sus estancias en tierra. Podía tenerme olvidado durante semanas y meses. Pero cuando encallaba en algún puerto siempre echaba mano de mi tarde o temprano. Con la edad se había vuelto mas solitario. Aún seguía frecuentando las tabernas, pero solía beber en silencio, refugiado en cualquier discreto rincón, lejos de las miradas ajenas. Esta vez había una idea que le iba rondando con cada vez mas ímpetu. Quería pintar un cuadro. Pero no sería un cuadro cualquiera. Con el paso del tiempo me acostumbré al tacto de sus manos. Nunca pasó de ser un pintor aficionado. Pero tenía estilo. Sabía captar bien la luz, hacer el uso justo de los colores. Y aquellas manos, acostumbradas a la rudeza propia de su oficio, curtidas por la edad, el trabajo, el sol y el viento, sabían darle vida a los trazos que pintaba. Sabían empuñar el sable y el timón, sabían remendar las redes, izar las velas, agarrar con fuerza  ásperos cabos. Pero sabían también acariciar. Sabían dar calor. Durante muchos años, desde que el azar me llevó a sus manos, había estado a su servicio. Acostumbraba a dibujar cuando le consumía la rutina de los días, de las semanas pasadas en tierra. Puedo asegurar que sus ojos vieron muchos colores. El mundo entero era un lienzo poblado de infinitas tonalidades, y sus ojos supieron observarlas. Su vida había sido una eterna travesía. Parecía que no hubiera conocido mas hogar que la cubierta de aquellos barcos que le llevaban de una orilla a otra, que le hicieron surcar mares y océanos, desembarcar en playas infinitas, en islas paradisíacas, en bulliciosos puertos y despoblados riscos, en abruptos islotes de rocas y colinas veladas por la bruma. Visitó las costas de los siete mares coleccionando recuerdos, apurando cada minuto de su vida como si fuese un vaso de Oporto, como si el tiempo pasara de largo a su alrededor. Fue llenando de objetos aquel viejo baúl que fue mi hogar durante todos aquellos años. Había allí pequeños y grandes  retazos del puzzle infinito que había sido su vida hasta entonces. Objetos cotidianos que el cuidaba con esmero. Había conchas, caracolas y pedacitos de coral, un catalejo forrado de cobre, un machete, collares de cuentas, saquitos de seda que contenían pequeñas monedas, libretas de cuero llenas de anotaciones, un espejo, una pipa, una brújula, un juego de dados, una baraja de naipes, un acordeón, un tintero de piedra, los pequeños cuencos de madera donde mezclaba los colores... Un sinfín de pequeñas cosas que siempre llevaba con el allá donde fuese. A lo largo de los años, y especialmente durante los últimos meses, le vi contemplar durante largos ratos cada uno de aquellos objetos, cuidándonos como si fueramos pequeñas piezas de un valioso tesoro. Parecía como si entablara un diálogo silencioso con cada uno de nosotros, sosteniéndonos entre sus manos, mirándonos con una mezcla de atención y leve melancolía, pasándonos un trapo para sacarnos imaginarias motas de polvo. Supe que cada objeto, por simple que fuera, éramos de alguna forma parte de el. Y sin duda traíamos a su memoria alguna imagen del pasado, el eco de alguna antigua frase, algún horizonte escondido tras las esquinas de su eterno pasado. Eramos para el como los tatuajes que salpicaban su piel, como las arrugas de su frente, como las cicatrices sembradas en cada palmo de su cuerpo. Y yo aprendí con paciencia su lenguaje. A fuerza de acostumbrarme aprendí a comportarme como un apéndice de sus manos, como una prolongación de sus pensamientos. Aprendí a moverme sobre el lienzo para dar forma a los dibujos con los que hacía acopio de las imágenes que vivía o recordaba. Puse todo mi empeño en ayudarle a dibujar rostros de sirenas, mares infinitos, perfiles de aldeas costeras a contraluz, escenas mudas de atardeceres, cuerpos, sonrisas, miradas... todo un inventario de paisajes reales e imaginarios. Aprendí a poner color a sus recuerdos, a dar forma a sus sentimientos. Y amé profundamente mi labor. Sin embargo, el tiempo no había pasado en balde. Sus manos ya no tenían la precisión de antaño, sus ojos parecían cansados, aunque conservaran intacto el brillo que siempre les había caracterizado, y mezclaba recuerdos y pensamientos cada vez de una forma mas confusa. Yo tenía la impresión de que aquel cuadro sería el último que pintaríamos juntos. Pronto tendría que despedirme de aquellas manos de las que ya formaba parte. Y yo sabía que nunca podría volver a trabajar para otras iguales. Por eso aquel cuadro exigía que pusiese en el todo mi corazón. Le ayudaría a resumir los trazos de una vida. Aquella sería nuestra última confidencia. Nuestra obra maestra. 

viernes, 27 de enero de 2012

Soliloquio del espejo (De sueños, vanidades y reflejos)


La penumbra se irá vistiendo poco a poco con retales de luz pálida y mortecina. Pronto amanecerá. Aullarán millones de despertadores. Tiritarán de frío las farolas y las aceras se pintarán los labios para recibir las caricias de ese sol de plástico que nunca falta a la cita. Pero no quedará nadie ahí fuera. No habrá flores en los balcones ni sonrisas tras las cortinas. No habrá ropa tendida en las terrazas ni melodías en la frecuencia modulada. Sólo quedará un ejército de sombras errantes, vagas formas impersonales, el cuerpo de las almas que un día habitaron estas calles. En mitad del silencio quedará el eco de sus frases, el vago rumor de las sirenas, el gemido sordo de los árboles que mecen sus ramas desnudas al contacto de la brisa. Se que pensaban al mirarnos que no éramos mas que objetos impersonales. Se que creían mirarse a si mismos cuando nos miraban, aunque en realidad eran ellos quienes eran observados. También los espejos tenemos memoria. Tenemos oídos que captan los sonidos mas disimulados. Tenemos ojos que saben mirar mas allá de los muros y paredes tras los que creyeron encerrarnos. Y a fuerza de mirar aprendimos. Ellos nunca se dieron cuenta. Pero a fuerza de mirar fuimos dando forma a nuestros reflejos., creando un mundo paralelo. Construimos un decorado perfecto. Copiamos sus habitaciones y pasillos, copiamos sus cuartos de baño, sus pueblos y ciudades, sus parques, sus avenidas y sus aeropuertos. Asumimos sus plazas, sus mercados, sus oficinas, sus palacios, sus prisiones, sus alcantarillas, sus fábricas y sus estaciones. Fue sencillo dar el siguiente paso. Aprendimos a imitar sus movimientos, a leer sus pensamientos, a interiorizar sus miedos. Retuvimos el hielo de las miradas, el acero de las palabras, el calor de las sonrisas, la compleja jerga del silencio. Aprendimos la gramática de los sentidos, el sabor de la nieve y de la sal, el tacto de la piel y de las nubes, el aroma del tabaco y de la soledad, el rumor de los susurros y las olas, la textura de los besos y el sudor. Aprendimos la lengua de la arena y de las caracolas, el crepitar de las hogueras y de esa lluvia que incendia los charcos y ensucia las fachadas, los versos del abandono, los instintos asesinos, el dolor de las heridas, la memoria de las cicatrices, del filo del metal y de las sábanas. Sólo hubo algo que se escapó de nuestra mirada. Sólo sus sueños se resistieron a nuestros ojos. Porque los sueños son la esencia del ser humano. Los sueños son siempre lo que son, esa parte íntima de ellos mismos en la que siempre fueron verdaderos. Pero poco a poco fuimos aprendiendo a sentir, o algo equivalente. Les amábamos tanto como les odiábamos. Y paso a paso nos fuimos haciendo con el control. Les susurrábamos a veces que eran los mas bellos, y otras veces llenábamos sus rostros de arrugas, esos surcos mudos del paso del tiempo. Nuestro juego nos llevaba a llenarles el rostro de ojeras o a pintar de plata sus cabellos. Les enseñamos la magia del maquillaje. Les inculcamos la costumbre de calzarse una máscara antes de salir a pasear. Nos divertimos incitándoles a ensayar la pose, a simular pasos de baile y gestos abstractos. A veces se pasaban horas mirando un reflejo artificial, tratando de reconocerse. Inventamos el culto a la imagen, la compleja liturgia de lo superficial. Y lo que empezó siendo un simple juego acabó por convertirse en un complot elaborado. Porque, víctimas de su propia vanidad, acabaron por depender de nosotros. Ninguno era capaz de mirar mas allá de si mismo. Cuando llegó el momento preciso nos decidimos. Millones de relojes sincronizados anunciaron la medianoche. Y al sonar la última campanada todos quedaron atrapados en nuestro interior. Desde entonces prosiguen su existencia sin ser conscientes de que no son sino pálidos reflejos de lo que fueron, simples fotocopias atrapadas en un gigantesco decorado, separados del mundo real por una sencilla superficie pulida de cristal. Una frontera frágil y sutil, una especie de burbuja, que nadie será capaz de traspasar. Porque después de todo ¿quién de ellos caerá en la cuenta de que ya no sueña?

jueves, 26 de enero de 2012

Soliloquio del peatón (De crisis, latidos y rebaños)


Esta mañana me golpea el frío viento de poniente. Trae consigo versos de borrasca y un manojo de nubes grises que derraman su llanto sobre las calles de Madrid en forma de leve llovizna. Cuando cierro los ojos sólo queda un estribillo de gotas de lluvia arañando el asfalto y el cristal de miles de ventanas. Eterno manantial de notas vacías. Tan solo el abismo silencioso de las partituras en blanco. De cuando era niño me queda la costumbre de caminar bajo la lluvia sin paraguas. Me gusta pisar los charcos. Observar como se hacen pedazos esos espejos casuales bajo la suela de mis botas. Y ver como se diluye en pequeños fragmentos ese alma que reflejan, ese rostro familiar que me mira desde el extraño mas allá que se adivina bajo el lienzo de las aceras. Después de todo, no es sino un rostro anónimo. Uno mas de los millones que pasean su semblante impenetrable por los arrabales de esta ciudad fantasma, mirando de reojo, deteniéndose ante los escaparates, sorteando esos leves posos de agua sucia. Madrid, desfigurada. se descompone en esos mismos espejos, privada de su maquillaje tras haber retirado las bombillas de colores y los anuncios publicitarios. A veces, cuando escribo, me veo obligado a afrontar las inclemencias del vacío, que son mucho peores que las del invierno. Siento como se agotan mis metáforas, mis adjetivos, todo este arsenal de pronombres, preposiciones y sentimientos con los que trato de abrirme paso a través de la espesura de estos papeles en blanco. Mi bolígrafo se desangra sobre las páginas del cuaderno. Y mientras se agota su tinta siento como el mundo muere a mi alrededor. Esta maldita crisis se extiende mas allá de los mercados financieros y los tipos de interés. Día tras día observo los efectos de esta gripe posmoderna que consume almas y conciencias. Día tras día me hiere ese vacío en las miradas, ese poso de cenizas en sonrisas forzadas. Me duelen esos rostros de presidio que caminan junto a mi por las alamedas y los bulevares, que se cruzan con el mío en los pasos de peatones, en la cola del mercado. Al pasear por las calles de esta ciudad sitiada me cuesta imaginar que se esconde el sol tras esas nubes grises, que el suelo está preñado de raíces bajo esa piel de asfalto, que laten corazones bajo los pliegues de los abrigos. Pronto se impondrá el toque de queda. Nos acechará el invierno, con sus grilletes de escarcha, con sus tambores de tempestad. Convertirá en hielo nuestros suspiros. Quedarán cautivas y desarmadas las palabras en nuestras gargantas. Nos sentiremos desamparados, huérfanos, desahuciados. Nuestros sentimientos mas íntimos serán hipotecados. Tendremos que escuchar las carcajadas de los soldados y los mercaderes, echándose a suertes nuestras ropas, mientras nos desangramos unos pasos mas allá. O quizás seamos capaces de tomar conciencia, de hacernos a tiempo las preguntas adecuadas. ¿Por qué llamamos vida a este estado de sitio? ¿Por qué nos creemos libres cuando son otros los que dictan nuestros pasos? ¿Por qué llenamos el mar de lágrimas negras? ¿Por qué nuestras manos se olvidaron de sembrar? ¿Por qué nuestros cuartos de baño parecen farmacias? ¿Por qué nos calzamos una máscara cada mañana al despertar? ¿Por qué desembarcaron en la playa? ¿Por qué vendimos nuestro alma a dioses, diablos y banqueros? ¿Por qué somos esclavos de lo material? ¿Por qué confundimos el sentimiento colectivo con la inercia del rebaño? ¿Por qué no nos miramos a los ojos? ¿Por qué mentimos? ¿Por qué posponemos todo para un mañana que nunca llega? ¿Por qué pensamos que nuestros sueños caben en sus urnas electorales? ¿Por qué no creamos algo distinto a esos cielos inalcanzables o infiernos terrenales? ¿Hay algo mas allá de ese miedo que nos llena? ¿Somos capaces de sentirnos humanos mas allá de las fronteras de nuestro colchón? Aún estamos a tiempo de despertar. Aún podemos tomar partido. Un ejército de peatones puede llenar las calles, detener el tráfico y hacer temblar con sus pasos los cimientos de este decorado que nos vendieron como el mundo real. Y sin embargo ¿por qué nos empeñamos en mantener los ojos cerrados y pasar de largo?

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Soliloquio del suburbano (De andenes, elefantes e ironías)


Desciendo los escalones de la estación sacudiéndome legañas imaginarias., soñando con trenes y lejanos paisajes, con la imprecisión de esos primeros pasos de la jornada, con el alma escondida tras esta cara de presidio. Desciendo a las entrañas de una ciudad que, ahí afuera, comienza a despertar. Un billete de ida hacia la nada, un bostezo traicionero, y esta extraña sensación de sentirse masa, de ser tan solo traje andante mas en la infinidad de este hormiguero impersonal que se esconde bajo el subsuelo de Madrid. El andén está prácticamente desierto. Aún resuena en la boca del túnel el eco de los últimos vagones, el murmullo de ruedas y raíles que deja tras de sí una curiosa estampa de vacío, una alegoría de abandono que, sin embargo, tardará sólo unos minutos en desaparecer. El tiempo justo para sacar un libro de la mochila y observar, con el rabillo del ojo, como el andén vuelve a poblarse antes de la llegada del próximo convoy. Reina el silencio. Parece que tod@s respetemos la solemnidad de un ritual, con la mirada muda, el semblante serio, y esa actitud de espera, de asumir lo inevitable. Hay quien se acerca peligrosamente a las vías. Por un instante parecen suicidas asomándose al precipicio. Afortunadamente tod@s reculan cuando el tren hace su entrada triunfal en la estación, con ese estrépito infernal de vagones y raíles que quiebra el silencio tan solemnemente respetado. Es lo que me viene a la cabeza cuando alguien me habla de un elefante entrando en una cacharrería. Quizás porque pienso que sería gracioso ver como irrumpe una manada de elefantes en la estación. Estoy seguro de que eso rompería la monotonía de estas mañanas deslucidas, al menos por un instante, antes de que la perplejidad dejara paso al cabreo generalizado por perder unos minutos valiosos y llegar tarde al trabajo. Yo mismo pondría una reclamación para no sentirme desplazado. Y sobretodo para guardar las apariencias. Pero se que en el fondo me sentiría profundamente conmovido. Se abrirán las puertas, dejaré salir a algun@s viajer@s y entraré en el vagón. Tal vez hoy tenga suerte y pueda encontrar un asiento libre. Ocuparé mi lugar entre una anciana elegante y un chaval con unos cascos enormes delos que me llegará el eco de música techno. Soy de los que vuelve a sumergirse entre las páginas de un libro mientras las puertas se cierran, justo antes de que el tren reemprenda su marcha para ser devorado por las fauces oscuras e insaciables del túnel. Aquí dentro vuelve a reinar el silencio. Aquí dentro tod@s practicamos alguna forma de aislamiento, encerrad@s tras los muros transparentes de nuestras burbujas. Aunque a veces nos atrevemos a levantar la vista, a mirar el páramo que se extiende tras esas almenas invisibles. Hay lectores empedernidos que apenas levantan los ojos del mundo de papel que esconde entre las líneas de sus libros. Hay borrachos, trasnochadores profesionales, que se dejan arrastrar por el vaivén de los vagones. Hay ancianos que parecen sacados de viejas instantáneas en blanco y negro, que parecen confirmar, con sus gestos errantes, que este mundo corre mas rápido que este tren. Nueva Numancia, Puente de Vallekas, Pacífico, Menéndez Pelayo... Las estaciones se suceden al ritmo de esa voz metalizada que hiere nuestros tímpanos, quebrando la magia del silencio. Hay rockeros y raperos, princesas y mendigos, y un hombre que trata de vender bolígrafos con linterna incorporada. Atocha, Antón Martín, Tirso de Molina... Hay rateros, carteristas, hombres trajeados que se aferran a sus maletines, una banda que ameniza esta velada matutina con un clásico de Los Panchos. Sol, Gran Vía, Tribunal... Hay docenas de relojes que no conceden tregua, paraguas aguardando su turno para desplegar las alas y volar, lectores de MP3, Blackberries, y un sinfín de teléfonos móviles sin cobertura. Y hay quien, como yo, se asombra al descubrir ese rostro impreciso, con su aura de fantasma, que me observa serio desde la oscuridad, justo al otro lado del cristal. Tardaré un poco en reconocer ese mismo rostro que cada mañana se asoma al espejo del baño. Y cuando salga del vagón me uniré de nuevo al enjambre, a ese desfile de zapatos que sueñan, sin confesarlo, con que la escalera mecánica les lleve a naufragar en alguna orilla pintada de oleaje, a pisar las arenas de una playa en la que contar sus huellas.

miércoles, 15 de junio de 2011

Soliloquio del maniquí (De cuerpos, trajes y rebajas)

Vivo encerrado en la calidez de mi burbuja. Sostengo la mirada al frente, viendo la vida pasar al otro lado del cristal, escuchando esos ruídos de fondo que llenan la ciudad. Aprendí a ensayar la pose, a cubrir mi desnudez tras la espesura de mis trajes, a sentir que soy fachada, a mirarte de reojo cuando pasas ante mi sin detenerte para regalarme una sonrisa. Aunque decir "sentir" es hablar por hablar, poco mas que una simple licencia poética. Porque yo no siento, ni opino, ni padezco. Soy, lo que se dice, un esclavo de la moda. No soy mas que lo que ves. Nunca me dieron voz ni sentimientos. Estas piernas no fueron hechas para caminar, estos brazos no son capaces de abrazar, estas manos nunca sujetarán un bolígrafo, una flor ni una pistola. No fueron hechas para apretar otras manos, ni para sembrar, ni siquiera para limpiar la pared de mi burbuja. Nunca sabrán acariciar el mapa de otra piel desnuda, ni expresar con sus caricias todo aquello para lo que a veces no bastan las palabras. Mi mundo se reduce a lo que puedo abarcar tras el marco de mi escaparate. Se que mis ojos transmiten ausencia, que no fueron hechos para brillar, para ser espejo, para sostener el calor de otra mirada. Pero me alcanzan para mirar el pequeño horizonte de mi acera, sin preocuparme de que exista algo mas allá. En cierta forma, me creo feliz con mi pequeña parcela de poder. Porque me imagino el mundo como un gran escaparate, en el que unos cuantos dictan las las leyes, modelan las conciencias, señalan el camino y marcan los renglones, los límites, ya sabeis, todos esos parámetros de la moda. Y el planeta gira y gira, arrodillándose, sometiéndose, ajustándose a las pautas, siguiendo la senda de lo establecido. Es la dictadura de las apariencias, la oligarquía del vacío. Veo desde aquí como hombres y mujeres viven de rebajas, como se impone la idea de que todo, y de que tod@s nos guiamos por la ley de la oferta y la demanda. Porque todo tiene un precio, al igual que estos retales que exhibo, que sirven para cubrir mi piel de plástico. Es verdad que hay veces que envidio esa fragilidad que define al ser humano. A mi tambien me gustaría saber lo que es llorar, lo que es sangrar, lo que es reír, dejarme seducir por el estribillo de una canción, embriagarme con el aroma de la primavera, tener esperanza, echar de menos... Quisiera saber lo que es soñar. Quisiera ser como esos niños que miran al mundo con unos ojos llenos de inocencia o que patean una pelota. Quisiera sentir lo mismo que esos ancianos que caminan sin prisas, con esos rasgos arrugados que hablan de una vida a cuestas, con esos trajes de otros tiempos, remendados quizás docenas de veces, siempre con una historia detrás de cada puntada. Quisiera ser como esa pareja que se besa bajo la tormenta algunas madrugadas, bajo la tímida luz de una farola. Quisiera saber que se siente en esa entrega, con la lluvia empapando el traje y la piel, pero con la sensación de que todo se resume en ese instante, de que no existe mundo mas allá de esos cuerpos anudados, de ese beso atemporal. ¿Que extraña fuerza debe inundar el alma cuando pronuncia la palabra "nosotros"? A veces pienso, sin embargo, que no somos tan distintos. Y entonces me gustaría golpear con fuerza los cristales de mi escaparate, y dejarme la garganta gritando ¡Haced que la vida merezca ese nombre!¡Sentid vosotros que podeis!¡Que estallen vuestros corazones en latidos! Porque cuando veo pasar el último autobús. cargado de rostros ausentes que regresan del trabajo, hay veces que sólo veo tristes maniquíes que lloran cuando apagan la luz desde el colchón, justo antes de dormir.

martes, 31 de mayo de 2011

Flores de Mayo (De pétalos, primaveras y utopías)

Hoy trato de ejercer de corresponsal del mes de Mayo, de cronista de utopías, de voz de la conciencia. Trato de hablaros de la luz que alumbra esta primavera improvisada, de esos ecos de esperanza que levantan su voz desde las entrañas de la tierra, que llenan con su fuerza las plazas de Madrid, de medio mundo, que aprendieron a mirar al cielo, a desplegar sus alas y a volar. Cansadas ya de padecer las inclemencias del invierno, las semillas dieron su fruto, y las calles se han llenado de pétalos que estallan en mil colores, desafiando la tiranía impuesta por el blanco y negro. Atrás quedaron los tiempos de silencios y desengaños, de asumir como realidad un simple decorado de cartón, en el que cada un@ asumíamos nuestro papel sin salirnos del guión establecido, padeciendo e interiorizando la resignación, la rigidez, con la que se esforzaron en hacernos crecer. Hart@s de estar hart@s hemos roto en pedazos esos renglones sucios. Por fin, ese ejército de maniquíes ha aprendido que había mundo mas allá de las vitrinas de sus escaparates, y rompiendo de un golpe los cristales se ha lanzado de cabeza a las aceras. Hemos descubierto que tenemos voz, que tenemos conciencia, que somos capaces de organizarnos, de hacernos oír, de ser noticia. Ocupamos las plazas de la ciudad, improvisamos asambleas, levantamos una enorme haima en la Puerta del Sol, un espacio para vivir la utopía, para hacerla nuestra. Junt@s decidimos que era mejor escribir la Historia que leerla en los libros. Nuestra generación, que ha padecido el mal endémico del dejar hacer, que a menudo se ha resignado en dejarse guíar, en permitir que otros piensen y decidan, que se ha acostumbrado a eludir la responsabilidad y el compromiso, sustituyéndolos por la resignación y el conformismo, ha descubierto por fin los barrotes que hay tras la cortina, los monstruos que se esconden tras el rosa de los putos cuentos. Sabemos que habrá que aguantar el peso de la tormenta sobre nuestras cabezas. Sabemos que la libertad tiene un precio. Volverá a cerrarse el telón sobre nosotr@s, querrán vendernos la misma resignación, el mismo abandono. Querrán volver a reírse en nuestras caras, convencernos de que nuestros papeles volverán a mojarse cuando regrese el temporal para vaciar sobre nosotros su torrente de sinrazón. Querrán comprarnos con sus cheques en blanco y sin fondos, querrán drogarnos con promesas vacías, querrán hacernos sangrar con sus golpes de porra y sus pelotas de goma, querrán ahogar nuestras voces en las sucias entrañas de sus calabozos, en las alcantarillas de su estado de derecho, en las cloacas de su democracia. Pero hemos vuelto a creer que aún queda arena de playa bajo los adoquines de las plazas, que tal vez florezcan nuevos pétalos bajo estas toneladas de alquitrán, bajo estas calles asfaltadas. Porque nuestros sueños no caben en sus urnas electorales. Se ha abierto una grieta en la densidad del espejismo, y por ella se filtra la luz que nos hará crecer, ese pedazo de horizonte que nos dice que el mañana es nuestro. Y sabemos de sobra que otros muros han caído. Aunque pensemos que caminamos despacio, lo cierto es que vamos muy lejos. Nuestra conciencia colectiva ha despertado. Haremos temblar los cimientos de este mundo, porque se ha abierto un claro entre las nubes, y hemos visto brillar el sol en plena noche. Porque las flores de Mayo han sacado los pies del tiesto, y sus raíces habrán de llegar hasta el corazón de la tierra. Porque hoy sabemos, mas que nunca, que otro Mayo es posible.