Volver a pasear por las calles de
Lisboa es hacer de la nostalgia una especie de vocación, es pintar la tristeza
de frágiles y vivos colores. Y no sólo por la melancolía de los fados que
suenan tras cada esquina, o por esos azulejos que parecen escamas de una piel
envejecida, triste y caduca. Esta ciudad tiene el otoño metido en las venas,
pese a que el calendario tratara de convencernos de que estábamos en mes de
mayo. Venir aquí implica, necesariamente, pensar un poco en las colonias, en
aquellos tiempos gloriosos en los que, si el día a día te agobiaba, siempre
tenías la ocasión de disfrutar de Luanda, con sus casinos y sus cocoteros,
comer pastelitos de hachís en Goa, o viajar a Mozambique para adquirir un mono
que te hiciera feliz. Pero algún malnacido sacó a los negritos de las
plantaciones, les leyó algunos textos de Lenin y provocó que dejaran de lado a la Virgen de Fátima por Carlos
Marx. Aquello por supuesto acabó en desastre. Tristes aquellas almas en pena,
extraviadas por la engañosa senda del marxismo-leninismo y la
autodeterminación. Todo se fue al carajo. En un país en el que hasta los golpes
de estado se dan a base de claveles no quedó sino la resignación, que se carga
como una cruz, y ese fatídico abandono a los caprichos de un destino que a
menudo es un cabrón con quién menos lo merece. Pero no todo son lágrimas.
Apuramos las noches en la oscura taberna del Bairro Alto regentada por Dom
Pedro, un payo que se agitanó después de lo de Angola. Después de aquella feliz
mutación los parroquianos se arrancan por bulerías, mientras fuera los fados
cantan contra las imposiciones de la Troika.
En los rincones mas oscuros de la taberna de Dom Pedro, las
fadistas, antiguas agentes de Moscú, susurran ahora maravillas sobre el doctor
Oliveira Salazar. Sentados en una mesa llena de mapas, Bartolomé Días y Vasco
da Gama recuerdan viejos tiempos buscando nuevas rutas hacia Calcuta. Se puede
incluso asistir a una de las misas encantadoramente sacrílegas de Duarte, en
las que deleita a los parroquianos con sus historias de cura borrachín y obliga
a comulgar con un vino verde peleón. En la taberna de Dom Pedro el Benfica
vuelve cada noche a ser campeón de Europa. Y las noches se alargan hasta el
amanecer entre palmas y castañuelas.
lunes, 24 de noviembre de 2014
miércoles, 19 de noviembre de 2014
Adeu Tatu
Al meu estimat Tatu Pedro
Que lentes passen les hores sense la teva presència ...
Mario Benedetti escribió que
“cinco minutos bastan para soñar toda una vida. Así de relativo
es el tiempo”. Siempre recordaremos al Tatu Pedro sentado en su pequeño
taller, rodeado de manecillas, péndulos, tuercas y esferas. Relojero de oficio,
acostumbrado a una labor tan minuciosa, supo ver mejor que nadie que el tiempo
es a la vez el más valioso y el más perecedero de nuestros recursos.
Hoy nos duele darnos cuenta que
se ha parado tu reloj. Que duras resultan estas horas lentas en los que al mirar
a nuestro alrededor nos faltas de repente. Que breve esta despedida para tratar
de contener palabras capaces de expresar
lo mucho que te hemos querido. Lo bueno del tiempo es que podemos revolverlo a
nuestro antojo, como un viejo baúl, en busca de tantos momentos que no
sabríamos por donde empezar. Seguro que ahora mismo tod@s los que le conocimos
somos capaces de recordar alguna vivencia, alguna anécdota que nos haga sentir
la calidez que trasmitía esa persona
noble y buena que fue mi tío. Tod@s
recordaremos su carácter tranquilo, esa costumbre tan trabajada de quedarse
callado mientras las palabras volaban a su alrededor. Recuerdo cuando la
Tata Marisa le obligaba a ponerse a dieta.
El no protestaba, pero luego se encontraban galletas escondidas en el bolsillo
de su bata de relojero. Siempre habrá
quien dirá que mi tío era una de esas personas que callaban por no hacer ruido.
Pero en realidad fue uno de esos pocos que saben que a menudo el silencio es
sabiduría. Jamás le faltaron las
palabras justas para dar consejo, para expresar lo necesario. Tras aquel
carácter apacible se ocultaba una persona culta e inteligente como pocas.
Humilde como nadie. Nunca tuvo tiempo de tener prisa. Jamás podré evitar
sonreír al recordar su despiste al
volante, que hacía desesperar a mi padre cuando tocaba dejar anclado el coche
en cualquier cruce de carretera y esperar que, algún día, apareciese. Tenia una habilidad única para
perderse por aquellos misteriosos atajos que solo el conocía… ¿Quien dice que no podía
llegarse de Barcelona a Madrid
rozando levemente la provincia de Almería? Citando a Cavafis, para mi tío
lo que importaba no era llegar a Ítaca, lo importante era el viaje.
Algun@s de vosotr@s ya le conoceríais
en aquellos tiempos en los que estuvo dispuesto a dejarse siete años de su vida
entre rejas por mantenerse firme en sus convicciones. No tuvo tiempo ni
siquiera para dudarlo un instante. Yo he visto algunas fotos de aquella época,
en las que sale con pelo y con guitarra, probablemente dedicándole a mi tía
Marisa aquellas “paraules de amor”
que nunca les faltaron. Fueron capaces de inventarse un idioma que solo ellos conocían; y en el
que nunca dejaron de entenderse ¿Qué puede hacer el tiempo para borrar una
historia de amor como la vuestra?
De mi infancia recordaré con
alegría aquellas tardes en las que el volvía en avión desde Suiza con un montón
de tabletas de chocolate escondidas al fondo de la maleta. También recordaré aquellas
ocasiones en el Retiro en las que me hacía reír a carcajadas cuando trataba de
imitar el grito de un pavo real. Algo más recientes son algunas noches que
pasamos en el hospital a la luz de un tímido flexo, hablando del pasado y del
presente, de sus recuerdos de infancia en aquella Barcelona de la que aún
quedan algunos rincones, de maravillas de la ciencia y de Janis Joplin. Seguro
que cada un@ de vosotr@s lo recordara por mil momentos
emotivos, que es posible que hoy nos hagan llorar, pero que en el fondo nos
harán sentirnos afortunad@s por cada minuto que hemos compartido. “Nacemos para vivir. Por eso el capital más
importante que tenemos es el tiempo. Es tan corto nuestro paso por este planeta
que sería una pésima idea no disfrutar de cada paso, de cada instante, con el
favor de un corazón que puede amar mucho más de lo que suponemos”.
ADEU TATU
Tots els que t'estimem no
tindrem mai temps d'oblidar.
viernes, 14 de noviembre de 2014
Café en vaso con leche fría (De escritos, propósitos y estimulantes)
Es conocida la adicción al café de Honore de Balzac. Pensaba que la cafeína estimulaba la creatividad. En su Tratado de los estimulantes modernos escribió que el café hacía a las ideas "ponerse rápidamente en marcha, como los batallones de un gran ejército dirigiéndose a su terreno de combate legendario". Tenía la costumbre de levantarse de la cama a la una de la madrugada y pasarse la noche escribiendo y bebiendo café. Era capaz de pasar quince horas seguidas trabajando. Esa rutina le llevó a escribir ochenta y cinco novelas en veinte años.
Pienso en ello mientras hago una excepción al meterme un café en vena a estas alturas de la tarde, acostumbrado como estoy a evitar ciertas dosis de cafeína cuando se aproxima peligrosamente la puesta de sol. No puedo evitar recordar aquellos tiempos en los que acostumbraba a triplicar, como mínimo, la dosis actual. Después de todo, no eran tan distintos aquellos paseos por Roma que siempre terminaban ante una taza de café en el Chiostro, en San Eustachio o en cualquier taberna de mala muerte del barrio de Trastevere. Que sabor el de aquel café, casi tan eterno como la propia ciudad. Alguien me contó que cuando, allá por el siglo XVII, algunos sacerdotes recomendaron al papa Clemente VIII que prohibiera el café por considerarlo una costumbre impura de los turcos, este, después de probarlo, decidió bautizar la nueva bebida, declarando que sería una lástima dejar ese placer como patrimonio exclusivo de los infieles.
Para mi el café, además de un placer, es parte inherente de este ritual que supone escribir. Compañero de mesa infatigable, un vaso de café ha velado casi siempre mis textos, esos ratos perdidos entre páginas y renglones, océanos de tinta que daban lugar a palabras repartidas con mayor o menor fortuna, embriones de pensamientos a menudo imprecisos, pero con raíces fuertes. Poco a poco voy recuperando esta sana costumbre, nunca del todo abandonada, pero sin duda un tanto atrofiada por la falta de iniciativa, por los efectos de cierto vacío interno, de cierto anhelo. Un silencio mal fingido, o tal vez la simple necesidad de un barbecho mental, una especie de exilio interior, que me ha ayudado a valorar desde la distancia la necesidad de dictarme apuntes. No me faltan sueños, lecturas ni horizontes. Mi corazón no pasa hambre. No se agotó aún la tinta con la que, poco a poco, sigo pasando estas páginas. Tal vez se trate del mono por la cafeína, pero me inclino mas a pensar, simplemente, en la necesidad de remover mis pensamientos al mismo ritmo que la cucharilla en el interior del vaso. Y aquí estoy. Vuelvo a la primera línea de batalla, a la extraña calidez de esta trinchera. Habrá sin duda horizontes con los que alimentar este cuaderno de bitácora que tiene ganas de volver a navegar tras un largo período en el dique seco. Habrá ideas que exprimir, lecturas que me den aliento, bares en los que guarecerse de la tormenta, encuentros y desencuentros, recuerdos, expectativas, bálsamos y heridas. Y probablemente un vaso de café que llevarme a la boca. Me prometo a mi mismo volver a mirarme en este espejo. Tratar de no faltar a la cita. El otoño ha hecho su parte. Volvemos a levar anclas...
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