sábado, 31 de octubre de 2009

Oleo sobre cielo (De otoños, sábanas y abismos)

Cerraré la puerta tras de mi. Me quedaré a solas con el otoño. Así podré esparcir los papeles sobre el escritorio, volver a arrancarme de cuajo la ropa de la piel, el corazón del pecho. Me sobrarán incluso las palabras. Habrá demasiadas voces, demasiado ruido en el televisor. Demasiados móviles sonando. Me quedaré mirando de frente a la tarde que se escapa. La ciudad desbordará hojas muertas por cada esquina, por cada poro de su asfalto. Me pasaré un rato tratando de encontrar ese verso que se me resiste, sucumbiendo al hechizo, pintando en el cielo. En ese lienzo que estallará en mil tonalidades, con esas nubes rosadas contorsionándose sobre un fondo azul destemplado. En silencio iré poco a poco mezclando los colores sobre la paleta indispuesta de mis percepciones. Mientras cato el sabor de la luz me daré cuenta de que tengo algo en común con esas nubes. Compartimos el mismo abismo. El sol se abrirá las venas en el horizonte, incendiando los tejados de Madrid. Que distinta será la timidez de esa luz moribunda a la osadía de los primeros rayos de sol cuando se cuelan por las rendijas de la persiana para despertarme anudado a otro cuerpo. Que distinta esta modesta sensación de abandono a la resaca del sudor, de los besos que se me escurren por otra piel hasta acabar empapando con su roce un amasijo de sábanas candentes. Ese cielo barrerá mis ojos con esmero, mientras las últimas luces del día desaparecen como el oasis en los espejismos. Demasiados barrotes sellando labios y ventanas, demasiados trastos en el desván. Y la brisa que ya no sabrá que hacer para acompasar tanto aroma de galaxia. Demasiados agujeros en el firmamento, demasiada noche tapando las estrellas. Demasiada ceniza en las miradas, demasiadas lágrimas en la recámara. Demasiada sutileza. Miraré de reojo a la ciudad y cerraré la puerta tras de mi. Esta noche tal vez vuelva a buscar a la Maga en otro café. Me quedaré a solas con el otoño. Allá a lo lejos estará atardeciendo. Y yo caeré en la cuenta, de repente, de que estoy a tiro. A pecho descubierto.