sábado, 28 de marzo de 2009

A Miguel Hernández (Compañero del alma, compañero...)


"Para la libertad, sangro, lucho, pervivo...
Para la libertad, siento mas corazones que arenas en mi pecho..."

Hoy, aprovechando que se cumplen sesenta y siete años de su muerte, quiero rendir homenaje a uno de los autores que mas han marcado mi vida. Me refiero a Miguel Hernández, el poeta del pueblo. Mis recuerdos van mucho mas allá de los años de bachillerato. Mi primer libro de poesía, que aun conservo, fue una recopilación de algunos de sus poemas, reunidos en un volumen especial para niños. Porque eso era yo, tan solo un niño de segundo o tercer curso de EGB. Recuerdo que nos entregaron el libro en una visita que organizó nuestro colegio a un centro cultural del barrio. Lo primero que me llamó la atención, obviamente, fue la portada. En ella se representaba el dibujo de un niño escuálido llevándose un triste mendrugo de pan a la boca, y su tétrica silueta recortándose contra un sol moribundo, sobre un campo arado. Después nos leyeron el poema "El niño yuntero", y nos explicaron algunas cosas sobre el autor, sobre su vida, sobre los tiempos en los que le tocó vivir, y sobre como su obra se relacionó de forma evidente con su entorno, con sus aspiraciones y sus tragedias. Dejando de lado los recuerdos de la infancia, siempre tan atractivos y a menudo demasiado idealizados, me atrevo a formular una pregunta. ¿Por qué leer a Miguel Hernández? Yo tengo unas cuántas respuestas, aunque podrían resumirse en una sola; por su autenticidad. Durante todos estos años, en los que han pasado tantos libros por mis manos, nunca me he desprendido de los versos del poeta de Orihuela. Todavía me sigue emocionando indescriptiblemente esa voz desgarradora, testimonio de un profundo dolor, cuyo potencial calibre, cuyo sufrimiento íntimo, se abre ante mi como si mi corazón fuera cómplice único para soportar conjuntamente tan honda tristeza. Porque Miguel Hernández fue un poeta que escribió desde y para el dolor. Destaco tambien su perfección formal, su uso audaz de las imágenes y las metáforas, su dominio de la versificación. Pero, dejando a un lado aspectos puramente estéticos, Miguel Hernández fue, ante todo, el poeta del pueblo. Hago esta afirmación sin ningún remordimiento, y con conocimiento de causa, lejos de cualquier intención de politizar su obra (por desgracia, tan politizada por algunos aprovechados que ni sienten ni entienden lo que significa la poesía). Porque al leer sus poemas descubro una voz que se identifica con los oprimidos, con los más humildes, con los olvidados. Porque, de repente, se convierten en poemas los campesinos, los obreros, los milicianos, los niños yunteros, el sudor, el trabajo, el hambre... Yo tambien he llorado con el al hijo hambriento que se amamantaba de cebollas, al amigo muerto, Ramón Sitjé, y he sentido la profunda herida de la guerra, con los trenes de los heridos, con las madres que escondían su vientre, con los presos hacinados y las voces amuralladas de los que se quedaban. Mas allá de cualquier estudio filológico, de la propaganda política y los críticos literarios, Miguel Hernández es, ante todo, el poeta del pueblo, el poeta leal, que compartió con otros muchos el cruel destino que se impuso a todos aquellos que lucharon por lo que creyeron justo. Pero aunque intentaron acallarla, aunque trataron por todos los medios de silenciarla, su voz no se quebró ni se quedó olvidada en las cunetas del tiempo. Porque al final venció a la muerte y al olvido. Y hoy, pese a todo, sigue viva y activa, y su significado no ha perdido sentido. Probablemente, la poesía de Miguel Hernández ha sido uno de los motivos por los que aprecio la palabra escrita, por los que siento la necesidad de empuñar el bolígrafo y el papel. Por todos estos motivos, porque sus palabras, hermosas, profundas y verdaderas han llegado hasta aquí, y por tantas otras cosas, hoy siento el deber de compartirlas, de mantener viva su fuerza para que sirvan de sustento a los que vendrán, porque quedar en la memoria es el mejor homenaje que puede recibir un poeta. Y para que nosotros podamos seguir haciéndolas nuestras.


Sonreír con la alegre tristeza del olivo.Esperar. No cansarse de esperar la alegría.Sonriamos. Doremos la luz de cada día en esta alegre y triste vanidad de estar vivo.”


miércoles, 25 de marzo de 2009

Noche callada (o luna de metal)


Esta noche retrocede, se contrae sobre si misma, atizando las brasas de sus certezas, refugiándose en la excusa que le brindan sus propias incertidumbres. Yo repaso mis azares sin engaños ni desengaños, sin mucha prisa. Las cuerdas vocales se tensan en mi garganta. Y de repente sólo hay hueco para las ausencias, para el olvido. Para el silencio. Esta noche pintan copas, y yo escribo en mis renglones algunos gritos ahogados. Las palabras resisten en la trinchera de las percepciones, sin plantearse, quizás, que son cadenas, de humo o de metal, lo que las mantiene ancladas al pecho. Siempre me quedará el recurso de la duda, la rabia incierta que me inculca el hecho de intuirme libre. Nunca he sabido manejarme en el submundo de las solemnidades. Me bastan estos sueños de cuneta, con los que construyo barcos de papel que surcan los siete mares, con los que descorcho cada pétalo de esta realidad cuyo tacto me recuerda a veces al de una hoja de acero recien afilada. Esta noche le daré un navajazo al tiempo. Pero recordaré que las corazas tambien son de metal, y que algunos corazones casi no pueden echar a andar cuando les golpea la exigencia, debido al peso de su armadura, al lastre de los abrazos que no se acaban de olvidar. Recordaré que ya se lo que son las lágrimas de metal, aquellas que me dejé olvidadas en algún rincón, a cambio de desabrochar botones, de llevarme algunos pechos a la boca. A fuerza de herirme y desangrarme, de cambiar lunas por amaneceres.