lunes, 21 de marzo de 2011

Sol de invierno (De amaneceres, primaveras y postdatas)

Un aire recién nacido inundará Madrid de amanecer tras esas ventanas cerradas que velan mi sueño. Junto a la cama respirarán aún los rescoldos humeantes de la última noche, esa pequeña antología de libros y cojines, de papeles arrugados que aún conservarán el hervor de los versos descartados, metáforas ardientes que sobrepasarán sus renglones. Sucumbirá el invierno en esta especie de postdata, antes de que los gritos del despertador rompan en pedazos la piñata de los sueños, cuya metralla teñirá de mares y bahías el vaho de los cristales. Me quedaré un instante varado en esa arena que, poco a poco, irá adquiriendo esa inerte textura de colchón, para después levar anclas y echar un lado las cortinas permitiendo que el horizonte inunde las paredes. Ahí afuera el sol de invierno presumirá de su mortaja. Tal vez hoy volvamos a afrontar otra mañana plateada, con sus aceras preñadas de charcos, escarcha derritiéndose en pupilas evasivas, las mismas canciones de relleno en la frecuencia modulada, el agua helada de la ducha, el café templado del desayuno, y los arrabales de un nuevo día que se abre en nuestra agenda, presuntamente lunes. Seguirá acechando el calendario, pero no me dejaré acorralar por las manillas del reloj. Pasearé deprisa, caminando de puntillas, por las páginas del diario. Trataré de digerir este sucio inventario de alarmas nucleares, maremotos, precampañas electorales, decretazos, carteleras, petardos, fallas y verbenas, medallas, premios Goya y cuarenta equis en quinielas que nunca señalan ese punto impreciso en el mapa donde se esconde el cofre que guarda los abrazos que no dimos. Seguirán ardiendo las calles de Trípoli y Bengazi, mientras marzo sigue ciego en su empeño por dar esquinazo a esta primavera que ya destilan las ramas de los almendros. Seguiremos siendo los de siempre, apurando noches e inviernos entre cielos y abismos, anclados junto a la ensenada de la barra de algún bar de madrugada, naufragando en colchones compartidos, tomando conciencia de que el tiempo no pasa en balde, dejándonos los puños al quebrar muros, fronteras y espejismos, afrontando la treintena, confundiendo la verdad con la belleza, encerrando el mar en un vaso de agua, luchando para no hacer nuestras las mentiras que una vez combatimos. Tal vez caigamos de pronto en la cuenta de lo tentador que resulta echar la vista atrás, repasar las páginas de lo vivido, hacer inventario de recuerdos, de las viejas heridas, de esas grietas abiertas en el alma por las que a veces se escurren los sueños, las sonrisas. Sin embargo, sabemos de sobra que hoy es siempre todavía, que toda la vida es ahora. Y ahora es momento de vivir, de volver a florecer, de seguir haciéndonos hueco, de brindar a la salud de esta primavera presentida. Porque mañana será tarde. Porque este corazón no pretende posponer la magia intensa de latir. Porque los sueños no tienen fecha de caducidad. Porque aún nos quedan fuerzas para remar, hambre de horizontes, y esta capacidad para vivir cada naufragio y sentir el arrebato de las olas despertar nuestra conciencia.

jueves, 10 de marzo de 2011

Carnaval (De muecas, cenizas e ironías)

El sol se cubre el rostro con su velo de nubes grises y las calles de la ciudad se engalanan para velar a un nuevo invierno que agoniza entre sábanas de tormenta. Una lluvia insistente va empapando almas y abrigos en este miércoles de ceniza, recordándome a un torrente de sangre rompiendo el cauce de arterias sesgadas. Madrid revuelve el viejo arcón de los recuerdos, echando mano del manojo de prendas que darán forma a su disfraz. Poco a poco se van amontonando sobre un suelo de cartón. Chimeneas, antenas y cables, negros arcoiris, caritas y caretas, naipes bajo las mangas y un sinfín de palabras arrinconadas en alguna esquina de la chistera. Charangas, batucadas, pasodobles que rompen en pedazos guiones y silencios, bombillas que quisieron ser estrellas tiritando de frío a medio camino entre el cielo y el asfalto. Sobres cerrados sin destinatario, vagones de metro que surcan mares subterráneos, estados de excepción, oficinas, comercios y verbenas, iglesias y campanas que repican para señalar el toque de queda. Avenidas, bulevares y semáforos desgastándose con el roce helado del viento de poniente, herrumbre en los escaparates y estatuas abandonadas a su suerte en las glorietas que ven la vida transitar conteniendo la respiración, con cierto aire de nostalgia. Terrazas, azoteas y ventanas, jirones de luna prendidos de la cuerda de tender, balada triste de sirenas de ambulancia. Millones de zapatos que desfilan al ritmo de tambores y manillas de reloj, antología de sábanas sucias, gramática sutil de versos callados. Paraguas, sombreros y maletines en la enorme procesión de trajes con nombres y apellidos, con algún atisbo de latidos escondidos entre sus pliegues. Espesos maquillajes que borran rostros imprecisos, sueños que se cruzan sin mirarse a los ojos, sin reflejarse en los charcos sembrados al azar por la última tormenta. Piratas con mono azul sangrando las aceras en busca del tesoro, corsarios con escaño y corbata, carteros sembrando los buzones de facturas, policias con cara de pistola, conciencias malheridas, causas aparcadas, amazonas escotadas, taxistas suicidas, putas sin esquinas, toreros con trajes de luces y la sombra en la mirada. Cada mañana cuando abrimos de par en par ojos y ventanas, con algunos sueños enquistados al fondo de las pupilas, damos la bienvenida al carnaval de lo cotidiano, a este escenario de a diario. Y al mirarnos fugazmente en el espejo que cuelga de la pared del baño, tal vez recordemos ese alma que respira bajo la máscara.