martes, 15 de diciembre de 2009

Cerrando círculos (De manillas, relojes y silencios)

Miro de reojo ese reloj que tirita en la pared mientras escribo. Esas manillas que buscan el roce de mis ojos me recuerdan a un estribillo de latidos. El tiempo se escapa segundo a segundo, la vida nunca da media vuelta para desandar lo andado. Sucede que a veces me canso de ser hombre. Sucede que me canso de mi piel y de mis ojos, que mi sombra me pesa a la espalda mientras camino, que la niebla se enquista en mis pupilas. Sucede que a veces las sonrisas se desbordan de cenizas, que el cielo queda demasiado lejos y el abismo demasiado cerca, apenas a dos pasos. Sucede que el frío se cuela por las rendijas, metiéndose en mis huesos, que mis versos se escurren de estas páginas para sembrar los surcos del asfalto y hacer brotar leves briznas de escarcha. Sucede que a veces los besos me saben a empastes o a tabaco, que deshojar pétalos no me aporta mas respuesta que una flor desnuda que se marchita entre mis manos. Pero sucede también que a veces oigo caer la lluvia al mirar por la ventana. Bajo el volumen de la radio, desconecto el móvil que aúlla en la mesilla y mi cuarto se queda, por fin, en silencio. Veo como la tormenta barre las aceras de Madrid, llevándose lejos las sombras y la niebla, limpiando la ciudad de espectros. Sucede que el cielo se viste de colores al atardecer y el olor del bosque rompe las computadoras. Sucede que el invierno queda atrás y la primavera se desboca, reavivando los rescoldos de la sangre que me queda en las venas, sobredosis de vida y percepciones. Sucede que un abrazo me despierta, que a los reyes se les caen al suelo sus coronas, que se vienen abajo los muros de hormigón, los alambres de espinos, que hoy estalla mi pequeña revolución. Sucede que a veces me inyecto un relámpago en vena, que los sueños recuperan su sentido, y vuelvo a sentir bajo mis pasos el beso de la arena. Sucede que vuelvo a naufragar a mis anchas al fondo de unos ojos, que el mar llena con su inmensidad mis horizontes cansados y, de pronto, me vuelvo a sentir libre. Vuelvo a mirar de reojo al reloj que tirita en la pared. Miro esas manillas que quizás busquen el roce de mis ojos, que tal vez me recuerden a un estribillo de latidos. El tiempo seguirá escapándose segundo a segundo. Y yo llegaré a la conclusión de que avanzar sólo es ir cerrando círculos.