lunes, 18 de mayo de 2009

Despertar

Abro los ojos como un acto reflejo, lo que no deja de ser una forma improvisada de levar anclas, de incendiar las naves. La luz tenue que se cuela por las rendijas de la persiana basta para quemarme la piel, para dejar un sello candente en este alma tan noctámbula, para arrancarme de cuajo de ese extraño limbo de las percepciones donde se viven los sueños sin necesidad de dejarse el sueldo en alquileres. Ahora estoy despierto. Despierto y desangrándome en silencio. Siento como la vida se me escapa a raudales por las venas abiertas de par en par, por estas heridas sin cicatrizar, empapando las sábanas y el colchón con un reguero agridulce de sudor, plasma, glóbulos rojos y Havana 7. Se que fuera amanece. En este momento intuyo que sólo la luz del alba y las miradas cicatrizan. Repaso los renglones de mi cuarto al amparo de la escasa luz que se aventura a cruzar el paso fronterizo de mi ventana abierta. A los pies de mi cama, toda una antología de la vigilia, todo un universo visceral compuesto por papeles escritos, sobres sellados, un poemario de Bukowski, otro de Rimbaud, un cenicero hambriento de cenizas, la baraja de poker, un abrecartas con instintos asesinos, la taza del último café. Por un instante pienso que no hay vida mas allá de las paredes de esta habitación. Busco a tientas algo con lo que cubrir mi desnudez antes de emprender el camino de la ducha, antes de calzarme una máscara apropiada para mirar directamente a los ojos a esta ciudad cuando despierte, cuando engalane sus calles recien pintadas. Que lástima no tener a mano tu risa para barrer esas aceras. Que pena no tener hoy tu corazón en la mesilla para llevármelo a la boca, en vez de masticar cristales rotos. Abro el grifo y dejo que el agua fria se deslice por las esquinas de mi piel, llevándose con ella los últimos posos que deja el sueño en los surcos del alma. Esta tormenta en miniatura me hace evocar otros temporales, otros chaparrones, que, solemnes, implacables, desordenan mis ideas, arrancándome la ropa, las certezas y la sombra a jirones. De repente, envuelto en la toalla, descubro con cierta timidez que, como cada mañana, vuelvo a nacer. Me asomo al espejo. Todo sigue igual al otro lado. En el armario tengo escondido un pequeño arco iris de tonos grises, un mar embravecido, billetes de ida hacia ninguna parte, y unas zapatillas para huir si el tiempo y la vida apremian. No puedo evitar mirar de reojo el reloj que, clavado en la pared, pasa la cuenta de las horas, los minutos vividos. Ese abismo impenetrable que resume en un tic-tac la esencia de cada paso. Al otro lado, está la muerte. Dejo atrás los rescoldos de la última noche. Cruzo la calle de puntillas, como un fugitivo, y traspaso sin ceremonias el umbral del café de la esquina. Y en la televisión las noticias de otras veces. Me asomo, como cada mañana, a mi primera taza de café, mientras por la ventana, se cuela la luz del primer sol. Me inyecto su calor en vena. Y pienso que, quizás, no todo esta perdido.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me gusta mucho, ya te lo dije...se podría escribir una buena canción con este texto como base... Ahi queda la idea.