jueves, 26 de enero de 2012

Soliloquio del peatón (De crisis, latidos y rebaños)


Esta mañana me golpea el frío viento de poniente. Trae consigo versos de borrasca y un manojo de nubes grises que derraman su llanto sobre las calles de Madrid en forma de leve llovizna. Cuando cierro los ojos sólo queda un estribillo de gotas de lluvia arañando el asfalto y el cristal de miles de ventanas. Eterno manantial de notas vacías. Tan solo el abismo silencioso de las partituras en blanco. De cuando era niño me queda la costumbre de caminar bajo la lluvia sin paraguas. Me gusta pisar los charcos. Observar como se hacen pedazos esos espejos casuales bajo la suela de mis botas. Y ver como se diluye en pequeños fragmentos ese alma que reflejan, ese rostro familiar que me mira desde el extraño mas allá que se adivina bajo el lienzo de las aceras. Después de todo, no es sino un rostro anónimo. Uno mas de los millones que pasean su semblante impenetrable por los arrabales de esta ciudad fantasma, mirando de reojo, deteniéndose ante los escaparates, sorteando esos leves posos de agua sucia. Madrid, desfigurada. se descompone en esos mismos espejos, privada de su maquillaje tras haber retirado las bombillas de colores y los anuncios publicitarios. A veces, cuando escribo, me veo obligado a afrontar las inclemencias del vacío, que son mucho peores que las del invierno. Siento como se agotan mis metáforas, mis adjetivos, todo este arsenal de pronombres, preposiciones y sentimientos con los que trato de abrirme paso a través de la espesura de estos papeles en blanco. Mi bolígrafo se desangra sobre las páginas del cuaderno. Y mientras se agota su tinta siento como el mundo muere a mi alrededor. Esta maldita crisis se extiende mas allá de los mercados financieros y los tipos de interés. Día tras día observo los efectos de esta gripe posmoderna que consume almas y conciencias. Día tras día me hiere ese vacío en las miradas, ese poso de cenizas en sonrisas forzadas. Me duelen esos rostros de presidio que caminan junto a mi por las alamedas y los bulevares, que se cruzan con el mío en los pasos de peatones, en la cola del mercado. Al pasear por las calles de esta ciudad sitiada me cuesta imaginar que se esconde el sol tras esas nubes grises, que el suelo está preñado de raíces bajo esa piel de asfalto, que laten corazones bajo los pliegues de los abrigos. Pronto se impondrá el toque de queda. Nos acechará el invierno, con sus grilletes de escarcha, con sus tambores de tempestad. Convertirá en hielo nuestros suspiros. Quedarán cautivas y desarmadas las palabras en nuestras gargantas. Nos sentiremos desamparados, huérfanos, desahuciados. Nuestros sentimientos mas íntimos serán hipotecados. Tendremos que escuchar las carcajadas de los soldados y los mercaderes, echándose a suertes nuestras ropas, mientras nos desangramos unos pasos mas allá. O quizás seamos capaces de tomar conciencia, de hacernos a tiempo las preguntas adecuadas. ¿Por qué llamamos vida a este estado de sitio? ¿Por qué nos creemos libres cuando son otros los que dictan nuestros pasos? ¿Por qué llenamos el mar de lágrimas negras? ¿Por qué nuestras manos se olvidaron de sembrar? ¿Por qué nuestros cuartos de baño parecen farmacias? ¿Por qué nos calzamos una máscara cada mañana al despertar? ¿Por qué desembarcaron en la playa? ¿Por qué vendimos nuestro alma a dioses, diablos y banqueros? ¿Por qué somos esclavos de lo material? ¿Por qué confundimos el sentimiento colectivo con la inercia del rebaño? ¿Por qué no nos miramos a los ojos? ¿Por qué mentimos? ¿Por qué posponemos todo para un mañana que nunca llega? ¿Por qué pensamos que nuestros sueños caben en sus urnas electorales? ¿Por qué no creamos algo distinto a esos cielos inalcanzables o infiernos terrenales? ¿Hay algo mas allá de ese miedo que nos llena? ¿Somos capaces de sentirnos humanos mas allá de las fronteras de nuestro colchón? Aún estamos a tiempo de despertar. Aún podemos tomar partido. Un ejército de peatones puede llenar las calles, detener el tráfico y hacer temblar con sus pasos los cimientos de este decorado que nos vendieron como el mundo real. Y sin embargo ¿por qué nos empeñamos en mantener los ojos cerrados y pasar de largo?

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