domingo, 19 de octubre de 2008

Amsterdam



Leve llovizna en Eindhoven. Un billete de tren, maletas a cuestas y planes pendientes. La Estación Central de Amsterdam me recuerda a la Torre de Babel, con una arquitectura demasiado pretenciosa, con miradas ajenas que se expresan en un amasijo de lenguas muy variado, no siempre comprensible. Algún día me plantearé escribir una gramática de las miradas. De la pensión nada destacable, a no ser una escalera empinada y de peldaños sobrios en los que apenas cabía un pie que pretendiera dar un paso. Uno se planteaba que quizás llevara al cielo. Pero nunca llegué a pasar de la cuarta planta. Calles limpias, miradas evasivas, desfile acompasado de bicicletas kamikazes, coffee-shops, tranvias que se pierden tras las esquinas, cómida rápida. Y esa llovizna que no para de empapar el corazón y la chaqueta. Es cierto que en Holanda hace frío, y se observa de forma especial en el carácter de sus habitantes. Quizás forme parte de su naturaleza, o quizás, simplemente, nuestras formas y acento recuerden vagamente a la Casa de Alba, que debió ser muy querida por aquí en los tiempos del capitán Alatriste. Paseos interminables, siempre sin rumbo fijo, canales aqui y allá, luciérnagas tras los escaparates, flores a la carta, y cuerpos también a la carta. El Barrio Rojo me recuerda a una carnicería cualquiera, con alguna diferencia fácilmente apreciable; el caminante selecciona la pieza que pretende llevarse a la boca, y con ella quizás se lleve un pedazo del alma de la mujer que tirita tras el cristal. A menudo el capital corrompe hasta la intimidad más indefinible del ser humano. Como vemos a lo largo y ancho del planeta, existen almas que se pueden comprar por treinta piezas de plata. O incluso por menos. Siempre asequibles para determinados bolsillos, para vientres a prueba de metralla y escrupulos que a menudo se confunden con la suela de los zapatos. Seguimos fumando flores, compartiendo hazañas, esquivando viejas cicatrices y paseando sin rumbo. Quedarán pendientes para la próxima huída algunos cuadros de Vermeer y Van Gogh, unas cuantas cartas y, probablemente, nuevos horizontes.

1 comentario:

vcucho dijo...

De nuevo me quedo maravillado por esa manera de relatar esa visita a la capi de Holanda.
Yo la vi ciudad joven,moderna,pequeñita, y con muy buen rollo.
Otra ciudad que nunca olvidaré,ni por su encanto ,ni por mi compañero de viaje.Gracias.