miércoles, 25 de marzo de 2009

Noche callada (o luna de metal)


Esta noche retrocede, se contrae sobre si misma, atizando las brasas de sus certezas, refugiándose en la excusa que le brindan sus propias incertidumbres. Yo repaso mis azares sin engaños ni desengaños, sin mucha prisa. Las cuerdas vocales se tensan en mi garganta. Y de repente sólo hay hueco para las ausencias, para el olvido. Para el silencio. Esta noche pintan copas, y yo escribo en mis renglones algunos gritos ahogados. Las palabras resisten en la trinchera de las percepciones, sin plantearse, quizás, que son cadenas, de humo o de metal, lo que las mantiene ancladas al pecho. Siempre me quedará el recurso de la duda, la rabia incierta que me inculca el hecho de intuirme libre. Nunca he sabido manejarme en el submundo de las solemnidades. Me bastan estos sueños de cuneta, con los que construyo barcos de papel que surcan los siete mares, con los que descorcho cada pétalo de esta realidad cuyo tacto me recuerda a veces al de una hoja de acero recien afilada. Esta noche le daré un navajazo al tiempo. Pero recordaré que las corazas tambien son de metal, y que algunos corazones casi no pueden echar a andar cuando les golpea la exigencia, debido al peso de su armadura, al lastre de los abrazos que no se acaban de olvidar. Recordaré que ya se lo que son las lágrimas de metal, aquellas que me dejé olvidadas en algún rincón, a cambio de desabrochar botones, de llevarme algunos pechos a la boca. A fuerza de herirme y desangrarme, de cambiar lunas por amaneceres.

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