jueves, 21 de mayo de 2009

A Mario Benedetti (Cerrar los ojos)


"Cerremos estos ojos para entrar al misterio
el que acude con gozos y desdichas.
Así, en esta noche provocada, crearemos por fin nuestras propias estrellas
y nuestra hermosa colección de sueños. El pobre mundo seguirá rodando
lejos de nuestros párpados caídos. Habrá hurtos, abusos, fechorías,
o sea, el espantoso ritmo de las cosas. Allá en la calle seguirán los mismos
escaparates de las tentaciones ... Pero nuestros ojos tapados piensan, sienten,
lo que no pensaron ni sintieron antes, si pasado mañana los abrimos
el corazón acaso de encabrite así hasta que los párpados
se nos caigan de nuevo,
y volvamos al pacto de lo oscuro"


El pasado diecisiete de mayo nos ha dejado, a sus ochenta y ocho años, Mario Benedetti. Es difícil, en este caso concreto, improvisar algunas palabras adecuadas para expresar las fuertes emociones que me han rondado durante estos días con sus noches. Se ha ido uno de los grandes. Uno de los autores que, para mi, y probablemente para muchas otras personas, ha sido la voz que ha puesto letra y versos a toda una vida. Se nos ha ido despacito y sin hacer apenas ruido, y tengo la extraña sensación de que ha dejado huérfana de palabras a una época que ahora se ha quedado apagada, en silencio. Habría mucho que decir de su vida y de su obra. Probablemente existan críticos literarios que sean mas precisos en cuestiones estilísticas, pero yo no pretendo alabar ni desacreditar el alcance y sentido de su obra. Prefiero centrarme en lo que ha significado para mi. Destaco ante todo la sencillez de sus profundos versos, esa capacidad de expresar la poesía que reside en cada acto, en cada momento cotidiano. Quizás por eso haya conseguido que tanta gente se identificara con su mensaje. Porque para Mario Benedetti, toda palabra, todo tipo de lenguaje, era susceptible de ser empleado con fines estrictamente poéticos. Y la poesía tiene como objetivo conmover al corazón, herir la conciencia, anudarse en esa parte íntima de nosotros que algunos llaman alma. Se ha ido el poeta del amor, el poeta del compromiso. Y es que, aunque trabajara todos los géneros literarios con una sobriedad y sencillez intachables, en sus novelas, sus cuentos, sus obras de teatro, en todo lo demás, suena de fondo el inconfundible estribillo de la poesía. Ahora recuerdo con cariño cuántas veces me han acompañado sus versos, cuántas veces los he compartido, cuántas veces me los he inyectado bajo la piel y he sentido como fluían por mis venas. Y es que aún siento como mía esa voz tan sencillamente cómplice cada vez que vuelvo a leer Corazón coraza, y he llegado a la conclusión de que, definitivamente, mi única noción de patria es esa extraña urgencia de decir nosotros. Recuerdo una vez, hace algunos años, en que tuve ocasión de verle y oirle recitar. Fue en el salón de actos de la Facultad, que estaba lleno a reventar, con muchos de nosotros ocupando escaño en el suelo. Y todos callábamos para dejar paso a esa voz dulce y calmada, que iba tejiendo poco a poco la maraña suave de su encanto, esos modestos retales de sustantivos y adjetivos con los que cada uno de nosotros se fabricaba un traje a medida. Le vi marcharse con su viejo maletín, su gesto distraído y mirada tierna. Y así lo recordaré para siempre. Es inevitable sentir esta tristeza cuando la vida impone su presagio mas fiable, que no es ni mas ni menos que la muerte. Benedetti vivió su vida con la dignidad suficiente para no dejar nunca de lado el compromiso, sufriendo a menudo las consecuencias, padeciendo persecución y exilio, probablemente con el alma metida en esa vieja maleta, de ciudad en ciudad, hasta que, poco a poco, le fue doliendo, se le fue apagando, aunque no por ello dejó nunca de escribir. Hoy sólo nos queda agradecerle tantos momentos especiales, agradecerle que haya defendido la alegría, que nos haya recordado que el sur tambien existe, que lo mejor es abrir el corazón, que otro mundo es posible. Es cierto que este mundo parece ahora, sin su tímida presencia bajo nuestro cielo, un poquito mas triste, un poquito mas vacío. Pero, por encima de los premios que tuvo y que no tuvo, que nunca llegó a desear, queda el mejor reconocimiento que puede tener su obra. El nuestro. El haber llegado a conmover a tantas personas. El haber pintado de colores tantas vidas. La certeza de saber que no le olvidaremos. Porque quedar en la memoria es el mejor homenaje que puede recibir cualquier escritor. Y eso es mejor que ese premio nobel de literatura que nunca le dieron. Sus palabras y sus versos forman ya parte indisoluble de mi, y así seguirá siendo hasta el día en que me toque cerrar los ojos. Hasta siempre, viejo amigo. De todo corazón. Hasta siempre.

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