jueves, 8 de abril de 2010

London (...where the streets are paved with gold...)


Llegué a Londres para romper en pedazos el guión y mudarme de planeta, con ganas de sentir el roce de la lluvia haciendo garabatos en mi piel, agujereando mis retinas de alquiler. Descubrí que, pese a todo, es posible navegar a contracorriente por océanos de asfalto, siempre y cuando uno sea capaz de costearse un pasaje al fondo de la bodega de un barquito de papel. Aprendí a vivir sin cielo, a imaginar el calor del sol tras las cortinas grises que tapan el horizonte, a mirar al otro lado cuando, al cruzar la calle, los automóviles irrumpen como manadas de elefantes. Me acostumbré a escribir cartas junto a una ventana desde la que podía ver la trastienda de esos sueños que, a día de hoy, me siguen nutriendo. Nunca quise dejarme llevar por la moda de caminar por las calles exhibiendo un traje con escafandra, metido en mi burbuja, porque, al fin y al cabo, sentir el roce del frío, el beso de la niebla en las mejillas, nos hace sentir esa fragilidad tan humana que diferencia nuestra piel de las estatuas y los maniquíes. Me llevé algún cuerpo a la boca sabiendo de antemano que, al despertar, no habría hueco para mas de un corazón entre mis sábanas. No llegué a ver ese brillo que, dicen, despide el oro que pavimenta las aceras. Tal vez porque mis sueños no se compran ni se venden, o quizás debido a que nunca dejé de tener claro que la luz que desprenden las monedas no hace sino teñir de herrumbre la palmas de las manos, oxidando hasta los latidos en el pecho. Acabé por subastar mi corona de espinas en los puestos de Candem Town, caminando por las calles de Tottenham y Chelsea sin detenerme frente a las marquesinas y los escaparates, evitando la luz de los neones, pasando de largo de los charcos que brotan de las aceras con tal de no mirarme al espejo. Desde el cristal del autobús ví tantos aeropuertos como ganas de volver. Y hoy, cuando al mirar por la ventana descubro que la primavera sigue haciendo estragos, no puedo evitar caer en la cuenta de que mi maleta sigue abierta, pendiente de arrastrarse por nuevos horizontes en los que tal vez consiga descubrir algo de la luz radiante que siempre ilumina los naufragios. En los que no traten de venderme luces de neón por lunas llenas.

1 comentario:

Yandros dijo...

"...la luz que desprenden las monedas no hace sino teñir de herrumbre la palmas de las manos, oxidando hasta los latidos en el pecho".
El mismo Fito firmaría esta frase para una canción.
La ciudad es monstruosamente enorme y autosuficiente para nuestra visión. ¿Que sentirán las células dentro de nosotros, sabiendo que forman parte de algo demasiado complejo que les exige atención continua?
Un abrazo