viernes, 6 de mayo de 2011

El oficio de escritor (De almas, caminos y vocaciones)

El mediodía me sorprende haciendo una pausa en un café del centro. A fuerza de caminar siento como mía la piel de esta ciudad que contemplo enmarcada por la ventana que hay junto a la mesa en la que escribo. Madrid se abre de par en par a esta mañana de viernes, celebrando cada minuto de esta tímida primavera que pinta flores a escondidas en las esquinas. Hoy cumplo treinta años, que es lo mismo que decir que llevo a cuestas treinta primaveras. No se si será la sonora contundencia de esa cifra tan rotunda, o quizás mi propia tendencia a mirar atrás, a repasar lo vivido, pero el caso es que hoy me llena esa dulce melancolía de quien se asoma al espejo para descubrir las huellas que va dejando el paso del tiempo en ese alma que respira tras las pupilas. Me asaltan los recuerdos, que brillan con nitidez al pasar las páginas de mis cuadernos, esa antología que resume la esencia del camino, de los horizontes recorridos, entre sus versos y renglones, entre sus metáforas y sus silencios. Reflexiono sobre los motivos que, a lo largo de estos años, me han llevado a ejercer esta vocación que yo llamo "oficio de escritor". La respuesta es sencilla. Escribir supone para mi sentirme vivo. Siento luego escribo. Consciente del esfuerzo que supone mirar al mundo directamente a la cara asumo la responsabilidad de mirar con otros ojos, de palpar la realidad con otras manos, de modelar palabras que vayan mas allá de descripciones ausentes, de renglones vacíos. Porque mirar al mundo es sentirlo, es hacer mío ese intenso palpitar que me dice que hay un corazón latiendo bajo este océano de asfalto. Y sin embargo, es difícil describir la sensación que me invade cada vez que asumo la magia de levar anclas, de soltar amarras, para abandonarme a la intensa travesía que supone acercarse a cada página en blanco, que es como un mar infinito y desconocido. Abandonarme al hechizo de cada verso tatuado entre los márgenes de mi pequeño universo de papel. A veces no sabemos mirar mas allá del telón que los dioses dispusieron para tapar el horizonte. A veces no entendemos que hay una historia detrás de cada cicatriz, un sentimiento detrás de cada lágrima. Esculpimos sueños sin atrevernos a vivirlos, nos dejamos llevar por la marea sin hacer el esfuerzo de remar, alimentamos las hogueras que acabarán por devorarnos. De ahí la importancia de poner puntos y apartes. De ahí este empeño por llenar vacíos, por mirar con estos ojos que se abren para traspasar con su mirada las cortinas, las fachadas, que se interponen entre el alma y las pupilas. De ahí la importancia de dejar al descubierto el contorno desnudo de los sueños mas sublimes, de las miserias descarnadas, de los huesos sin su piel, de los corazones sin su pecho. Esta vocación de oficio, que adquiere con el tiempo la solemnidad de un ritual, no hace sino disfrazar lo que en esencia es, ante todo, necesidad. Una necesidad que me nombra y me define, que me da las alas que necesito para sobrevolar los muros, las fronteras, las adversidades, y tejer desde allí arriba esos versos que llenan de nubes mis horizontes, las páginas de mis cuadernos. Hoy tengo de pronto treinta años. Hoy respiro dulce melancolía. Ya llevo andada una buena parte del camino. Atrás quedaron rostros y momentos, horizontes y silencios, triunfos, muecas, redenciones, esperanzas, decepciones, manos, ombligos y sonrisas. Toda una antología de los pasos que dejaron una huella imperceptible en este eterno transitar. Que dejaron constancia en forma de apuntes y recuerdos. Y sin embargo, queda aún tanto por vivir que el alma se me impacienta. Tengo ganas de seguir haciendo camino, de seguir compartiendo, de seguir definiéndome a cada paso. Queda aún tanto por vivir que hoy me animo a celebrar, a sacarle brillo a todos esos sueños que siguen enquistados al fondo del baúl. En lo mas profundo del alma de quien escribe.

1 comentario:

Yandros dijo...

Escribir es para mí como reordenar la naturaleza caótica e indomable de mi espíritu. Es intentar organizar lo que de forma natural es desordenado, a veces errático e infinidad de veces inconexo. Sé que no lograré ningún objetivo, que no saciaré mi necesidad imperiosa de fotografiar mis ideas, que la palabra es una imagen de sombras de nuestra alma...
Pero no puedo evitar seguir intentándolo, porque no se trata de cumplir un objetivo final sino de saborear las pequeñas victorias.
Un abrazo, más cercano que el anterior.