domingo, 22 de noviembre de 2009

Extremadura (De carreteras, reencuentros y nuevos mundos)


Llegué a Trujillo a media mañana. Era un careo pendiente con aquellos horizontes desde hace tiempo, después de una larga ausencia en la que bastante tuve con las páginas de algunos libros y apuntes. Atrás quedaban tres horas de carretera y manta, de largas cabezadas sazonadas por los últimos versos de Sabina, que los auriculares susurraban en mis oídos. Tambien una noche en vela, temiendo no escuchar la alarma y quedarme en tierra. Un café de carretera me acabó de despertar mientras pensaba que aquel era el pueblo de Pizarro y que, efectivamente, algunos pastores de ojos tristes pueden ver cumplidos sus sueños de convertirse en príncipes. Un par de días me bastaron para reconciliarme con Emerita (ya no se llamarla de otra forma) gracias a los reencuentros, a algunas sonrisas que se quedaron tatuadas en mi pecho y a un paseo por la ribera del Guadiana, con sus orillas preñadas de otoño. Mesas con manteles de papel sobre las que surgieron nuevos proyectos, sobre las que pasé buenos ratos y escribí algunas postales. La carretera que lleva hasta Cáceres sigue, mas o menos paralela en algunos tramos, el recorrido de la Via de la Plata, y yo navegué sobre el asfalto sin velas ni remos, pero con canciones de Barricada sonando en la radio. Al otro lado del cristal, el mar era el llano extremeño, rasgándose la ropa por un noviembre soleado, que dejaba ver sus reflejos sobre los castaños e higueras que amenizaban la planicie. Cáceres desborda calma por sus cuatro costados, con sus iglesias, sus muros de piedra, su Palacio de las Veletas, su Casa del Sol y un bulevar del que no recuerdo el nombre, pero que me hizo caer en la tentación de retratarlo. En Medellín hay un castillo encaramado a una colina desde la que se domina toda la comarca de las Vegas Altas, un horizonte colmado de encinas, robles y llanuras. Desde la plaza del pueblo, la estatua de Cortés se yergue sobre un pedestal a cuyos pies se amontonan las armas de Tlaxcala, México, Tabasco y Otumba. Dejando de lado la parafernalia patriótica y la simpleza de una mole de metal, fría e inexpresiva, todo aquello me hizo pensar en que para algunos no bastaron los horizontes a los que les unían sus raíces porque sus sueños les impulsaron a buscar Nuevos Mundos. Y una vez llegados a sus costas, no se olvidaron de quemar las naves, asegurándose así de no caer en la tentación de abandonar y dar media vuelta. Me di cuenta de que yo tambien sueño con nuevos mundos, aunque eso sí, con minúsculas. Porque los sueños que me nutren distan mucho de grandes empresas y ambiciones materiales. Mis pequeños y sencillos sueños tienen mas que ver con saber crecer, con fines que no van mas allá de lo personal, con modestas alegrías. Porque los verdaderos tesoros, los mas valiosos, siempre están en el interior, en las pequeñas cosas y esperanzas cotidianas. Pero hay que saber verlos. Me bastará con las riquezas que me aporte todo lo vivido. De este viaje me traigo nuevas ilusiones y proyectos, apuntes para alguna historia que tengo en el tintero y un plano a color que habrá de decorar la pared de mi cuartito en el exilio, cuando encalle al fin en las costas de mi pequeño nuevo mundo. Y tambien la certeza de saber que, después de todo, mis sueños siguen intactos.

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