viernes, 17 de julio de 2009

Idus de Marzo (De traiciones, sangre y puñales)

Al verse rodeado, César supo que, esta vez, no tendría escapatoria. Se lo decía su instinto de soldado, curtido a lo largo de más de treinta años en los campos de batalla. Nunca antes se había sabido solo y desarmado. Aún así supo evitar la primera puñalada. Lo hizo agarrando con firmeza la hoja del cuchillo con la mano izquierda. Pero al ver brotar su sangre, el resto de senadores, que ya gritaban empuñando el acero, se lanzaron voraces sobre su presa. Sintió como los afilados puñales, uno tras otro, se hundían profundamente en su carne. En sus brazos, en su cuello, en su costado, en su abdomen. Su túnica blanca se humedecía con la sangre que brotaba de sus heridas, que ya empezaba a empapar el piso de mármol. Intentaba zafarse con la rabia de un león herido, pero sus enemigos eran como una jauría de lobos hambrientos. La fuerza le iba abandonando poco a poco. El dolor era insoportable. A veces, en la confusa inercia de la escena, lograba distinguir alguno de los rostros de sus asesinos. Los conocía a todos. Y evocaba algún momento del pasado en el que pudo ver esos mismos rostros postrados, tiritando de miedo, ante su presencia. Y como aquel miedo, reflejado en sus miradas, le había hecho sentirse poderoso. Tan poderoso como para perdonarles la vida y otorgarles los cargos y privilegios que ahora ostentaban. Muchos de ellos apartaban el rostro antes de clavarle el puñal. Todavía le tenían miedo. En un último esfuerzo logró zafarse de seis hombres que le acosaban. Dos de ellos rodaron por el suelo. Dio algunos pasos vacilantes antes de dejarse caer, herido de muerte, contra el pedestal de la estatua de Pompeyo. Ironías del destino. Apoyado contra el mármol, en medio del charco que formaba su propia sangre, pudo ver, sorprendido, cómo Bruto avanzaba lentamente hacia el esgrimiendo el puñal. Bruto, a quien amaba como a un hijo. Cuando sólo les separaba un paso le miró fijamente a los ojos. Dos gruesas lágrimas cayeron por sus mejillas. Quiso hablar. Pero no pudo.

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